YARANo sé en qué punto exacto me quedé dormida, pero cuando volví a ser consciente, mi cabeza descansaba sobre el hombro de Aedan. Su brazo protector me rodeaba, manteniéndome estable a pesar del movimiento del tren.
Me incorporé lentamente, intentando no despertar a Aedan si es que se había quedado dormido. Pero sus ojos se abrieron al instante, siempre alerta.
– ¿Cuánto tiempo he dormido? – pregunté, frotándome los ojos.
– Un par de horas – respondió, estirando los músculos. – Deberíamos estar llegando pronto.
Como si sus palabras hubieran sido una señal, el tren comenzó a disminuir su velocidad. Se detuvo con un chirrido metálico y escuchamos voces y pasos acercándose. Era el momento de actuar.
– Recuerda – murmuré — Nadie nos ve, nadie nos oye.
Cuando la puerta del vagón se abrió, nos deslizamos entre las cajas de nuevo con movimientos fluidos y silenciosos. Los trabajadores comenzaron a descargar, ajenos a nuestra presencia. Esperamos el momento oportuno, cuando la actividad era más intensa y los trabajadores estaban distraídos. Con un gesto, le indiqué a Aedan que era hora de movernos. Nos escabullimos del vagón, mezclándonos instantáneamente con las sombras de la estación de carga.
La estación de Subtera era mucho más grande que la anterior. Un hervidero de actividad, incluso a esta hora de la noche. Trabajadores, androides de carga y vehículos de transporte se movían en un caos organizado.
– Por aquí – susurré, guiando a Aedan hacia una salida de servicio.
Atravesamos la puerta y nos encontramos en uno de los innumerables callejones de Subtera. El aire viciado y el constante zumbido de la ciudad subterránea nos dieron la bienvenida. Habíamos llegado.
Subtera se extendía frente a nosotros, una metrópolis completa construida bajo tierra. Edificios decrépitos de varios pisos se apretujaban unos contra otros hasta donde alcanzaba la vista en la inmensa caverna artificial. Puentes colgantes y pasarelas conectaban los inmuebles a diferentes niveles, separados por los rieles del tren. Un mar de letreros de neón parpadeantes e intermitentes iluminaban las calles atestadas de gente que se apresuraba en todas direcciones. Vendedores ambulantes empujaban carritos destartalados gritando sus mercancías. El bullicio y el hedor a humo y comida callejera eran mareantes. Sobre nuestras cabezas, una maraña de cables eléctricos y tuberías oxidadas serpenteaba entre los edificios, creando una red caótica que parecía mantener unida la ciudad.
– Vamos, tenemos que reportarnos – me instó Aedan tomándome del brazo.
Asentí en silencio y lo seguí, esquivando a los viandantes apresurados y los empujones de los vendedores ambulantes.
Subtera era el lado más oscuro y descarnado del Nido, pero también era mi hogar desde que me había unido a La Lumbre. Fui forzada a conocer cada recoveco, cada atajo entre los intrincados laberintos de callejones y pasadizos secretos que los lugareños usaban para moverse rápido. La vida aquí abajo era dura y despiadada, pero nos había forjado en los mercenarios curtidos que éramos ahora.
— Por aquí – murmuró Aedan, tirando de mi brazo para guiarme en su dirección.
Nos escabullimos hacia otro pasaje que conectaba con el anterior. Estaba apenas iluminado por el resplandor de un letrero de neón parpadeante que anunciaba un bar de mala muerte. Charcos de agua sucia y desperdicios salpicaban el suelo, obligándonos a pisar con cuidado. Las paredes estaban cubiertas de grafitis superpuestos, algunos tan antiguos que apenas se distinguían bajo capas y capas de pintura.
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BILOGÍA HADO: Raíces de Acero 🏙️ (1) | I.C. Hernández
Science FictionEn las profundidades de Subtera, una ciudad subterránea donde la ley es solo una sugerencia, Yara Bardot se ha forjado una reputación como una de las mercenarias más letales de La Lumbre. Durante cinco años, ha mantenido a su hermana menor, Stella...