Capítulo 12: La anomalía

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STELLA

Reid me había dejado en medio de una habitación llena de personas que no conocía. Genial. Mi hermana se había marchado a regañadientes, y aunque intenté tranquilizarla con una sonrisa, yo misma me sentía como un cervatillo atrapado en la mira de un cazador.

No pude evitar lanzar una última mirada hacia la puerta, deseando que ella no se alejara demasiado. Pero ahora estaba sola frente a las cinco personas que componían el supuesto Consejo, y sabía que no había forma de escapar de esta situación.

El hombre mayor que nos había recibido, a quien Reid se dirigió como "señor", estaba sentado en el centro de la mesa redonda. No era el único que me estudiaba con detenimiento; las otras cuatro personas alrededor de la mesa me examinaban con una mezcla de curiosidad, escepticismo, y... ¿desprecio? Tal vez estaba imaginando cosas, pero la atmósfera en esa sala me hacía sentir como si estuviera bajo un microscopio.

La mujer que había regañado a Reid —Belmda, creo que la llamó—fue la primera en hablar.

—Acércate, niña—dijo. No sonaba como una invitación, sino como una orden a la que no podía negarme.

Me obligué a dar un paso adelante. Quería esconder el hecho de que mis manos temblaban ligeramente. La mesa era más imponente de cerca, con tallas intrincadas de escenas que parecían sacadas de algún libro antiguo. Intenté no mirarlas demasiado, concentrándome en los rostros de las personas que me rodeaban.

—Así que tú eres la anomalía —intervino otra mujer con cabello plateado, estrechando los ojos — La de los presagios.

Tragué saliva, sin saber exactamente cómo responder.

— ¿Cuál es tu nombre, joven? —preguntó el hombre calvo a mi derecha.

Sentía como si mi corazón estuviera en mi garganta, pero intenté hablar con una voz firme.

— Stella... Bardot.

—Bardot—repitió Belmda — Interesante. No es un apellido que esperábamos oír.

— No lo entiendo —murmuré, mi voz apenas un susurro—.

— Silencio— interrumpió Belmda, alzando una mano—. No necesitas entender nada. Tu presencia aquí es suficiente prueba de que eres... especial.

La forma en que pronunció esa última palabra, con un toque de desaprobación, me intimidó. Miré a mi alrededor, buscando algo de apoyo, pero sus ojos severos me dejaron claro que estaba sola en esto.

— Lo que necesitamos saber — dijo el anciano en el centro — Es lo que te ha llevado hasta aquí, sin omitir detalle.

Tragué saliva, tratando de organizar mis pensamientos.

— Ayer —comencé desde el principio—. Estaba en una excursión escolar, en la Omniteca. Y... bueno, encontré una puerta. Y había una chica que me contó la historia detrás de ella, pero no pude resistirme a tocarla.

Vi cómo los miembros del consejo intercambiaban miradas significativas.

—¿Y la abriste?—preguntó la anciana.

—Sí, yo... ni siquiera sé cómo lo hice. Fue por instinto... — tomé aire antes de continuar — Sabía que acababa de meterme en una buena, pero no tuve más remedio que disimular. Entonces el sol se fue durante unos minutos, y a partir de ahí todo se volvió una locura.

— Sí — dijo la mujer en la esquina de la mesa —. Aquí también experimentamos ese fenómeno extraño con el sol. Y otros más, desde hace semanas.

BILOGÍA HADO: Raíces de Acero 🏙️ (1) | I.C. HernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora