YARA– ¿Ya tienes todo lo que necesitas?
Stella asintió, sus ojos aún húmedos por las lágrimas. Antes de salir, me dirigí a Mallory una última vez.
– En cuanto a ese hombre... Escucha atentamente. Quítale todas las armas, comunicadores, todo lo que encuentres. Átalo a una silla o en algún lugar donde no pueda moverse. Los que lo enviaron volverán aquí.
Mallory me miraba incrédula, parecía que trataba de procesar las instrucciones. En unos segundos, afirmó con la cabeza, su rostro una máscara de determinación.
– Quiero que escribas una nota. Algo que les indique que nunca se harán con Stella y que Yara Bardot estuvo aquí.
– Entendido – respondió Mallory.
– Y una cosa más – agregué, mi voz tornándose grave. – Tienes que irte. Escóndete en algún lado. Deja tu trabajo, lo que sea. Podrían usarte para llegar a nosotras.
Vi la duda en sus ojos, pero finalmente asintió.
– Tengo un lugar donde puedo ir – dijo, su voz apenas un susurro.
– Bien. Cuídate, Mallory. Y gracias de nuevo... por todo.
Salimos de la casa. Inmediatamente, la fresca brisa de la noche temprana nos golpeó. El sol ya se había puesto, y el cielo estaba salpicado por un sin fin de estrellas, un contraste casi cruel con la gravedad de nuestra situación. La calle estaba tranquila, típica de una zona residencial a estas horas. Edificios blancos y de mármol se alzaban a ambos lados, sus fachadas reflejando la tenue luz de las farolas.
– ¿Dónde está el coche? – pregunté a Stella en voz baja, mis ojos escaneando constantemente nuestro entorno.
– Por aquí – respondió mi hermana, guiándome hacia un sedán plateado estacionado unos metros más allá.
Mientras caminábamos, no pude evitar notar lo mucho que había cambiado mi hermana en estos cinco años. La había visto de lejos, pero en cinco años nunca había visto su rostro así de cerca. Ya no era la niña que recordaba, sino una joven mujer. La culpa me pesaba en el pecho, pero la aparté.
Una vez en el coche, encendí el motor y salí de la zona residencial lo más rápido que pude sin llamar la atención. Mientras conducía, saqué mi teléfono e intenté llamar a Khadi. Nada. Directo al buzón de voz.
– Maldita sea – murmuré.
– Yara... – la voz de Stella sonaba pequeña y asustada. – ¿Puedo... puedo al menos despedirme de mi mejor amiga?
Suspiré, mirándola de reojo.
– Nadie más debería verse involucrado en esto, Stella... ¿Y si te ven hablando con ella? ¿Y si la relacionan con el asunto?
Bajé la mirada. Mi primer instinto fue decir que no. Pero al ver la expresión en su rostro, sentí que se me encogía el corazón. Le había quitado todo en cuestión de minutos. ¿Podía negarle esto también?
– Mira... Llámala. Solo... sé breve y no des detalles, ¿de acuerdo? Y cuando termines apaga el teléfono. Nos podrían rastrear.
La noté decepcionada, pero asintió comprensivamente.
– ¿Y qué pasa con el tuyo?
– Me lo encriptó un amigo hace años. No te preocupes.
No pude distinguir ninguna expresión en su cara que no fuese confusión, pero no me cuestionó. Sacó su teléfono. Después de unos tonos, escuché la voz de una chica al otro lado de la línea. Escuché su conversación a medias, concentrada en la carretera y en asegurarme de que nadie nos seguía.
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BILOGÍA HADO: Raíces de Acero 🏙️ (1) | I.C. Hernández
Science FictionEn las profundidades de Subtera, una ciudad subterránea donde la ley es solo una sugerencia, Yara Bardot se ha forjado una reputación como una de las mercenarias más letales de La Lumbre. Durante cinco años, ha mantenido a su hermana menor, Stella...