Capítulo 13: Entre la espada y la pared

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YARA

— No. Ni de coña.

— ¡Pero, Reid! ¡Eso es lo que han dicho! ¡No puedo entender el grimorio sin tu ayuda!

Reid soltó un resoplido, con esa media sonrisa de quien cree que todo esto es una broma pesada, una pérdida de tiempo.

—Que no —repitió él, cruzándose de brazos—. Yo no voy. Que os divirtáis con vuestras revelaciones mágicas. Adiós.

Se giró con una resolución que me pareció desesperada, como si escapara de un incendio. Sin pensarlo, me impulsé hacia él, y antes de darme cuenta, mi mano se había cerrado sobre su brazo, deteniéndolo.

—Reid —le llamé, tratando de suavizar mi voz, pero no pude evitar un deje de frustración—. Ya lo has oído.

Me quedé ahí, con mi mano en su antebrazo, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la tela áspera de su chaqueta. Tenía una cicatriz delgada, casi plateada, justo sobre su muñeca, y no pude evitar preguntarme cómo se la había hecho. Él no se movía, como si estuviera esperando que yo me retractara, que lo dejara ir.

—No es mi problema, ¿vale? —dijo al fin, su voz llena de amargura—. No tengo nada que ver con esto, con vosotras.

—Pero lo tienes —insistió mi hermana —. Aunque lo odies, aunque no quieras... ¡eres parte de esto, igual que yo! Los dioses... el apellido. Norlander. ¡No puedes simplemente ignorarlo!

Finalmente se giró y su mirada era casi una daga. Los ojos dispares se clavaron en los míos. Su mandíbula estaba tensa, y sus labios apretados.

—Mira, no sé de qué vas tú, ni tu hermana —espetó, con el tono de alguien a punto de perder los nervios—, pero he pasado mi vida intentando escapar de todo esto, ¿vale? No quiero ser vuestra guía, ni vuestro compañero, ni vuestra maldita niñera mágica.

Lo observé con atención, intentando descifrar las emociones que se arremolinaban detrás de sus ojos. ¿Era miedo lo que veía allí? ¿Resentimiento? Tal vez una combinación de ambos. Algo en él me decía que no era la primera vez que había tenido que lidiar con expectativas que no quería cumplir y, que en esta ocasión, esas expectativas pesaban más que nunca.

Solté su brazo, pero no me moví. Sentía el calor en mis mejillas, sentía impotencia.

—Entonces vete a hablar con esa anciana—lo desafié—. Dile que te han metido en esto a la fuerza. Pero si de verdad crees que no tienes nada que ver, si de verdad crees que puedes seguir huyendo, entonces hazlo. Nadie te detendrá.

Por un segundo, Reid se quedó en silencio, respirando con fuerza. Luego, sin otra palabra, se giró y caminó a paso firme hacia la puerta de la sala del Consejo. Stella y yo nos quedamos allí, escuchando sus pisadas resonar en el suelo de piedra.

Cuando llegó a la puerta, ni siquiera se molestó en golpear. La abrió de golpe, y entró como una tormenta. Pude escuchar el murmullo repentino de voces alteradas, seguido de un grito de Belmda que atravesó la madera como un trueno:

—¡Norlander! ¿Qué es esto?

Stella y yo nos miramos, y luego ambas nos acercamos un poco más a la puerta, tratando de oír lo que decían dentro. Reid había comenzado a hablar, su voz baja pero furiosa, aunque las palabras eran difíciles de entender. Luego, un golpe seco en la mesa, el sonido de algo pesado cayendo al suelo.

—Esto no pinta nada bien —murmuré, y Stella asintió, con la cara pálida.

Después soltó un suspiro largo y se dejó caer en el banco de madera que había junto a la pared. La miré, preocupada. Se notaba cansada, agotada incluso, como si el peso de todo lo que había pasado en los últimos días la estuviera aplastando.

BILOGÍA HADO: Raíces de Acero 🏙️ (1) | I.C. HernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora