STELLAEl suave murmullo de la lluvia golpeteando contra el cristal de la ventana me arrulló en un estado de somnolencia. Acurrucada en el alféizar de la ventana, con las piernas encogidas contra el pecho, observaba hipnotizada como las gotas se deslizaban por el vidrio empañado. Fuera, las calles de Maragda se encontraban prácticamente desiertas bajo el aguacero torrencial que azotaba Órmos esta noche. La temporada de lluvias había llegado temprano este año.
Un relámpago hendió el cielo encapotado, seguido momentos después por un retumbar de truenos que hizo temblar los cristales. Me encogí aún más, acurrucándome en el hueco de la ventana mientras un escalofrío me recorría la espalda.
– ¡Stella! ¿Estás ahí arriba? – la voz de Mallory me llegó amortiguada desde la planta baja, sobresaltándome.
– ¡Sí, estoy aquí! – respondí en voz alta, saliendo de mi ensoñación.
Se escuchó el crujir de los peldaños de madera cuando Mallory subió las escaleras hasta mi habitación. La puerta se abrió y la rechoncha mujer asomó la cabeza, su rostro cubierto de pecas se arrugó en una sonrisa.
– Te lo he dicho mil veces, no deberías sentarte ahí. Vas a pescar un resfriado.
– Lo siento, me distraje viendo la lluvia – me disculpé mientras me incorporaba de un salto para reunirme con ella junto a la chimenea encendida.
– Siempre has tenido la cabeza en las nubes – Mallory negó con un gesto de cariñosa reprobación mientras colocaba una humeante taza de té de jengibre en mis manos. – ¿En qué tanto piensas ahí sentada todo el día?
Tomé un sorbo del reconfortante brebaje, dejando que su aroma picante y el calor me inundaran por dentro antes de responder.
– No lo sé... En todo y en nada, supongo – me encogí de hombros.
El silencio se instaló entre nosotras, solo interrumpido por el crepitar del fuego en la chimenea y el golpeteo constante de la lluvia contra los cristales. Mallory suspiró profundamente y se sentó en el sillón frente a mí, palmeando el lugar a su lado para que me uniera a ella.
– Han pasado cinco años, cariño – dijo suavemente, como si me hubiera leído la mente, mientras me rodeaba con un brazo. – Sé que es difícil, pero...
– Lo sé – la interrumpí, quizás con más brusquedad de la que pretendía. – Es solo que no puedo evitar preguntarme por qué...
Mallory me apretó contra su costado, su mano frotando círculos reconfortantes en mi espalda.
– Yara te quería, Stella. Estoy segura de que tenía sus razones para irse.
Un nuevo relámpago resplandeció y otro trueno sacudió las ventanas con su estruendo. Me sobresalté y derramé un poco del té en la gastada alfombra.
– Ay, lo siento – murmuré avergonzada mientras Mallory se apresuraba a limpiar con una servilleta.
– Tranquila – me restó importancia con una sonrisa comprensiva.
Mis ojos se desviaron hacia la repisa de la chimenea, donde una fotografía enmarcada capturaba un momento congelado en el tiempo. La foto había sido tomada trece años atrás, poco antes de que nuestras vidas cambiaran para siempre. En ella, una versión más joven de mí misma sonreía a la cámara con una sonrisa desdentada, con apenas tres años, sentada en el regazo de mi madre. A su lado, mi padre rodeaba a mi hermana mayor, en ese entonces una preadolescente de once años. Sonreía ampliamente a la cámara, chispeando de alegría.
– Se parece tanto a tu madre – murmuró Mallory, sus ojos fijos en la imagen de Yara. – Esos rizos rebeldes y esa sonrisa traviesa... es como ver a Pamela de nuevo.
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BILOGÍA HADO: Raíces de Acero 🏙️ (1) | I.C. Hernández
Ciencia FicciónEn las profundidades de Subtera, una ciudad subterránea donde la ley es solo una sugerencia, Yara Bardot se ha forjado una reputación como una de las mercenarias más letales de La Lumbre. Durante cinco años, ha mantenido a su hermana menor, Stella...