CAPITULO 22

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Woody iba con el hocico pegado al suelo, a la vez que su nariz se bamboleaba de un lado a otro, inhalando con una frenética energía los distintos tipos de fragancias y aromas que su agudizado olfato era capaz de detectar. Estos oscilaban entre rastros de humo, gasolina, caucho quemado, perfumes frutales, y vegetación chamuscada, llegando hasta distintos tipos de apestosos sudores que también se mezclaban con la madera y la arena.

Cada inhalación trazaba un mapa invisible para el canino, que se desplegaba con cada metro recorrido. De repente, detectó un hedor más fuerte. Algo que provocó una reacción instantánea y sus cuatro patas azotaron la tierra con una determinación efervescente.

La misión encomendada por Armen continuaba latente en lo más profundo de su instinto: y eso era, encontrar algo útil...

Aunque Woody pudiera ser un excelente cuadrúpedo, continuaba siendo un perro, por lo que las palabras de su dueño no tenían sentido alguno. Las órdenes que captaba, las discernía a través de sutiles fluctuaciones en la tonalidad de voz, al ser evocadas.

Y para esta orden en particular, pudo percibir un nivel de urgencia en la tonalidad de su voz que venía acompañada de un aroma a un profundo temor que desprendía de sus poros. Para Woody, una cosa estaba clara como el agua de su bebedero, su dueño necesitaba algo importante, algo valioso, algo que pudiera sacarlo de algún tipo de apuro.

Algo grande.

¿Por qué necesitaba algo de gran tamaño? Por desgracia, eso Woody no lo sabía, pero tampoco importaba. Él no estaba aquí para entender la lógica humana; estaba aquí para actuar. Y eso era exactamente lo que iba a hacer.

Siguió avanzando y olisqueando por doquier, esquivando los pequeños palos y objetos diminutos, y aunque amaba llevarles este tipo de regalos, esta vez, no le servirían.

Sus oídos captaron de inmediato el bullicio del asentamiento de humanos —Olympia—, que lo recibió con un ciclón de aromas, perfumes y ruidos. La mezcla de gasolina, comida, madera vieja y sudor humano lo abrumó por un instante, pero sabía que iba por buen camino, por lo que se animó a aumentar más la marcha.

Como cuando Woody iba al parque a corretear con Armen y a divertirse persiguiendo pelotas, los humanos del asentamiento corrían por todas partes y hacia todas direcciones; algunos iban cargando cajas, otros permanecían en sus hogares, reordenándolo todo, mientras algunos más se enfocaban en ajustar las ruedas de sus caravanas.

El griterío colectivo competía con el ruido de los pasos acelerados y de los motores de los vehículos en una cacofonía que resultaba totalmente caótica para Woody.

Se detuvo unos segundos para ladrar con euforia, tenía que calmarlos cómo fuere, o él se aceleraría todavía más. Aunque para su desdicha, ningún humano le hizo caso. Sin importarle eso, continuó y avanzó hacia la primera caravana que vio, una estructura desgastada con lonas raídas colgando de los costados.

Rodeó las ruedas y olfateó con cuidado y meticulosamente cada centímetro de la estructura. Encontró un trapo aceitoso que le llamó la atención así que lo tomó entre sus fauces, pero lo soltó después de unos pasos. No era útil.

Resopló, marcó territorio en una esquina, porque el deber canino siempre iba primero, y siguió su camino.

Cruzó entre dos hombres que discutían. No entendía sobre qué, pero seguramente era por territorios. Siempre se trataba de territorios. Uno de ellos dejó caer accidentalmente una caja, y el estruendo hizo que se detuviera y tensara las orejas.

Sus ojos brillaron en un estado de súbita alerta, pero al notar que no había peligro, siguió avanzando. Poco después, su nariz captó algo familiar: un saco de grano. No pudo evitarlo. El instinto fue más fuerte y hundió su hocico en él, disfrutando de unos bocados rápidos antes de que un temblor en el suelo lo hiciera retroceder de golpe.

DESTELLO DE ALMAS  : DOS ALMAS LIBRES       LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora