Capítulo XVIII

49 11 0
                                    

La luz de la mañana entraba por las grandes ventanas del gimnasio.

Lo iluminaban todo con un brillo frío. Sin embargo, apenas notaba el entorno. Su atención estaba completamente concentrada en August, quien estaba frente a ella con una expresión seria y concentrada.

—Parece que te he dado una patada en los huevos. —Se rió, entre jadeos y sudada—.

—Puedes intentarlo. —La animó—.

—Tampoco quiero hacerte daño.

Volvió a jadear, haciendo un ademán. Paró un momento para respirar. Ya llevaban unos días con esa rutina, y no se acostumbraba ni a madrugar ni a las agujetas.

Aún en su contra, no quería sentirse indefensa. Al menos quería intentar ser mejor.

—¿Desde cuándo estás en tan mala forma?

—Desde que nunca me he dado de hostias con un ex marine.

—No era marine. Era sargento primero de un pelotón de infantería.

—Eso, sigue hablándome, así respiro. ¿Hemos acabado?

Se dirigió a la salida, levantando la cabeza para mirar el reloj colgado en la pared.

—¡Elise! —La llamó Gideon—. ¡Ven a desayunar!

Elise, al oír eso, oyó el cielo.

—¡Voy! —Gritó llena de felicidad—.

Justo cuando estaba a punto de salir del gimnasio, sintió los brazos de August alrededor del cuello, tirando de ella hacia atrás. La coronilla de Elise chocó contra su pecho.

—¿Quieres ir a desayunar? —Le dijo—. Líbrate de mí.

Se tensó completamente. Esa posición le trajo un deja vu horrible directamente sacado de sus pesadillas, y comenzó a forcejear inútilmente como hacía dentro de ellas.

—No puedo.

Se bloqueó.

—Sí puedes. —Le contestó—.

Ella intentó recordar las técnicas que le había enseñado, pero la había dejado paralizada.

¿Quieres hacerme daño? —le preguntó al acosador, con un saco alrededor de la cabeza. Él la hizo asentir.

—No puedo. —Hiperventiló, arañándole el brazo al intentar escapar de él—.

—Concéntrate. —Insistió August, apretando un poco más—. Usa tu peso y tus piernas. Tienes la fuerza, solo necesitas enfocarla.

—Que no puedo.

Ahora empezaría a sonar la música, y la buscaría por toda la casa hasta dar con ella y matarla. O violarla. O ambas.

—Hazlo. —La voz de August se volvió más seria. Las runas que tenía tatuadas en el brazo la estaban ahogando—. No voy a recoger tu cadáver si otra persona te hace lo mismo y no sabes defenderte.

—¿No se supone que estás aquí justamente para que eso no pase?

—No puedo estar contigo a todas horas.

Elise luchó, tratando de recordar los movimientos que habían practicado justo antes, pero solo quería maldecir y gritar por lo impotente que se sentía.

—Muévete.

Gruñó, volviendo a intentar escaparse. La tenía pegada al pecho, y ella notaba su corazón en la espalda.

—He dicho que te muevas.

—No puedo...

—Haz que puedas. Hazme daño, líbrate de mí.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora