Capítulo XXVII

98 12 1
                                    

Algo le martilleaba la cabeza a Elise.

No sabía exactamente cuándo había empezado, pero ya no lo sentía. Mientras preparaba la cena no podía evitar mirar a través de las ventanas, mirar por encima del hombro, estar atenta a cualquier mínimo sonido.

El acosador la había dejado.

No estaba.

Ya no había unos ojos en algún lugar, presionándole la nuca, ni notas escondidas ni pesadillas vívidas.

Había desaparecido.

—¿Pasa algo?

Siguió mirando por la ventana un poco más, y luego bajó el cuchillo con el que apartaba la cortina.

—No.

August se acercó por detrás. Ella siguió cortando las patatas y la cebolla. Ya había pasado una semana desde lo que hicieron, el lago empezaba a congelarse y cada día que pasaba la normalidad volvía a sentirse más normal.

Últimamente, una pregunta opacaba más sus preocupaciones: Si Sean no se hubiese caído, ¿qué habría hecho con ella?

Añadió las patatas a la olla y las mezcló, añadiendo leche al pescado.

—He intentado buscar algo de Regina Walters. —Le contó August, mirándola de espaldas—. Pero no he encontrado nada. En ningún sitio. Parece que nunca ha existido.

—Ya.

Se lavó las manos, secándose con un trapo de cocina.

—Gideon tenía archivos antiguos, los guardó en un disco duro y los escondió cuando salí de la clínica. Pero seguro que están en su despacho, o su dormitorio.

—Eso espero.

—Seguro que sí.

—¿Crees que Gideon puede estar ocultándonos algo?

—No.

Frunció el ceño, despreocupada, rascándose el brazo.

—Pero tú la viste. ¿Por qué quiere que nadie más lo sepa?

—No tiene motivos para hacerlo. —Se apoyó en la isla, viéndolo a él preocupado, pero no quería seguir hablando del tema. Estaba teniendo un buen día, así que carraspeó y miró hacia la olla—. ¿Te gusta cocinar?

Él aceptó que cambiara de tema.

Volvió a caer en la trampa de mirarla a los ojos.

—Me gusta no comer mediocre viviendo solo.

—Ah. —Se giró, cruzándose de brazos. Lo miró de arriba abajo—. ¿Entonces por qué estoy cocinando yo siempre?

—Porque no te gusta que te toquen la cocina.

—Quieres que cocine yo porque soy una mujer.

—Por supuesto.

Elise sonrió.

—¿Y no tienes ninguna sugerencia para el menú? ¿No sigues ninguna dieta? Gideon desayunaba y cenaba proteína, entre otras cosas, su madre decía que se dopaba.

—Llegué a... Obsesionarme. Y estoy dejando esa época correr, ¿sabes?

—No, no lo sé. —Murmuró, volviendo a mirarlo de arriba a abajo—.

—En el ejército solo comíamos de una bolsa, de extraña procedencia, está muy bien el cambio.

—¡Ah, el Spam!

—No soy tan viejo.

—¿Ah, no? ¿Cuántos años tienes?

August cogió aire, apoyándose a su lado en la isla.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora