Capítulo XXIV

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Pero Elise no quería morir así.

Notaba el frío acero a través del camisón, y despertó algo en ella el queroseno de la adrenalina. Se enfocó en hacerle daño, en sobrevivir.

Le dio un fuerte pisotón en el pie, intentando desviar el brazo con el que sostenía el cuchillo mientras Él le cubría con fuerza la boca y la nariz.

Intentó darle un rodillazo en la entrepierna, y aunque no supo dónde le había dado, se empujó a sí misma contra una ventana solo para que Él la acorralara.

No le dijo nada, su respiración era pesada y controlada. Levantó la mano, porque se había cansado y ahora quería apuñalarla en el cuello, o la cara, o el pecho, lo que encontrara.

Elise usó toda su fuerza para empujar el cuchillo hacia un lado, abriéndose la piel del antebrazo, y en un desespero le dio un codazo en las costillas. El impacto le hizo soltar un gruñido, pero no retrocedió.

Huir. Huir. Huir.

Él la cogió del pelo en cuanto le dio la espalda, deslizando la hoja por su cuello mucho antes de que pudiera gritar.

Elise se tiró al suelo sosteniéndose la garganta, notando cómo la vida se le escapaba entre los dedos.

No intentó gritar. Intentó arrastrarse lejos de Él. Morirse en un rincón, saltar por la ventana, cualquier cosa menos darle un espectáculo.

La sombra, en dos pasos tranquilos, llegó hasta ella para darle la vuelta, dejando que se arrastrara durante unos segundos.

Elise quedó boca arriba con un jadeo ahogado, mirándolo fijamente con los ojos bien abiertos, respirando cada vez más rápido.

Lo vio desde abajo erguirse sobre ella, con capucha y máscara negra. Levantó el cuchillo con su sangre y puso una rodilla en el suelo para acabar. Diabólicamente lento. Se puso encima de Elise y ella, paralizada, jadeaba e intentaba gritar con los ojos fuera de órbita, dejando escapar sólo sonidos entrecortados.

La sombra acostó el cuchillo en su pecho, y lo deslizó dos veces, para limpiar la sangre.

Ahora gruñía como un animal.

Metió la punta del cuchillo bajo el tirante de su camisón, rozándole delicadamente la piel con el acero, y de un movimiento lo cortó, haciéndola jadear y llorar. Se le iba a salir el corazón por la boca, si no fuera porque caería por el corte de la garganta.

Hizo lo mismo con el otro tirante, apartando de un tirón la tela.

Elise con la mano que no se sostenía el cuello, se cubrió los pechos, mientras las lágrimas resbalaban hacia sus sienes.

Él le apartó el brazo fácilmente, y haciéndola sollozar puso la punta del cuchillo entre sus clavículas, avisándola. Agarró sus pechos en un puñado, provocando que patalease bajo Él, y luego dejó la mano en su propio pecho, sobre la sudadera, mirándose a sí mismo. Hasta que una mano lo agarró de la capucha, y de un empujón lo hizo volar hasta la otra pared del pasillo.

Su cuerpo cayó sobre la madera del suelo, crujiendo y provocando que gruñera.

Elise, al verse tan libre, fue como una bocanada de vida.

August fue hacia la sombra, y ella se arrastró hasta un rincón, sin ver el rastro que dejaba gracias a la oscuridad.

—¿Elise? —La llamó sin poder mirarla, levantando a la sombra—.

Fue a quitarle la máscara, y lanzó el cuchillo contra él, cortando carne y vasos en el camino. Empezó a sangrarle el brazo antes de que se apartara. August lo cogió del pecho y lo empujó hacia él, dándole un cabezazo en la boca.

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