Sábanas blancas.
Ventanas que no se podían abrir.
Olor a antiséptico.
Y las sillas más incómodas del mercado para pasar la noche.
Elise estaba sentada al lado de Gideon, observando su rostro pálido mientras él descansaba en la cama del hospital. Había pasado toda la noche en observación, haciéndose pruebas, y aunque se despertaba intermitentemente, no estaba lúcido.
—Tengo hambre. —Le susurró, apoyándose en la camilla—.
Todo estaba en silencio, salvo por el suave pitido de las máquinas. Elise se frotó las sienes, intentando apartar la presión que notaba en las sienes y viajaba hasta el lado posterior de la cabeza. Era como una resaca que, tomase lo que tomase, no lograba deshacerse de ella.
De repente, la puerta de la habitación se abrió y los padres de Gideon entraron como si hubieran comprado los pantalones más exclusivos de la tienda, y al llegar a casa se habían dado cuenta de un desperfecto en la tela.
Se abalanzaron hacia su hijo como lo habrían hecho con la cajera pidiendo una devolución.
—Elise, ¿qué ha pasado? —Preguntó Genevieve, con la voz temblorosa—.
Elise respiró hondo antes de responder.
—No lo sé. El médico ha dicho que puede ser un efecto secundario de los calmantes, pero están haciendo pruebas.
—¿Cómo ha podido pasar? —Le preguntó Lionel—.
—No lo sé...
Genevieve se sentó al lado de Gideon, tomando su mano. Contarle a sus suegros de sesenta y nueve años que un intruso había podido entrar y envenenarlo porque estaba obsesionado con ella, no sonaba tan bien como un 'no sé'.
—Esto es inaceptable —Murmuró, con los ojos llenos de lágrimas—.
—Elise, por Dios, ¿qué estabas haciendo antes de que ocurriera? ¿Cómo no viste que se encontraba mal?
Ella se encogió de hombros, como si no hubiese ensayado esa conversación toda la noche.
—Lo siento, estaba fregando los platos abajo y...
—Fregando los platos... ¿Para qué existe internet? ¡Cómprate un lavavajillas!
—Genie, cálmate un poco.
—¿Calmarme un poco? ¡Es nuestro único hijo, Lionel! ¡Tú único hijo! Siempre lo has despreciado por una tontería como dedicarse a algo que a ti no te gusta.
—Ahora está estable. —Asintió Elise, intentando ayudar—.
Su suegra empezó a llorar, acariciándole la cabeza.
—Míralo. ¿Si no lo hubieses visto más, estarías orgulloso de cómo lo has tratado?
—Genie, ahora no, por favor.
Antes de que pudieran decir algo más, la puerta de la habitación se abrió nuevamente, y Nadine y Sean entraron.
—¿Cómo está? —Preguntó ella, entrando un paso junto a su marido—.
Elise repitió la explicación.
—Estable.
—No tiene buena cara. —Comentó Sean, mirando a Gideon, el cual seguía dormido y en brazos de su madre—. ¿Cómo ha podido pasar?
Elise se encogió de hombros, sintiéndose agotada.
—Pues no lo sé. Pero los médicos están haciendo todo lo posible para asegurarse de que se recupere.
ESTÁS LEYENDO
La Mansión Mansfield
Mystery / Thriller« Sé lo que has hecho. » Tras un accidente fatal que deja a su marido en pésimas condiciones, Elise Harcourt decide poner su vida en pausa para cuidar de él en su propia casa: la Mansión Mansfield. Aunque preciosa, rodeada por un bosque denso que se...