Capítulo XIII

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Elise miraba su jarrón con flores en medio de la mesa.

Habían llegado hacía dos días, como cada lunes, con una tarjeta escrita a mano.

" Ratoncita. "

Llevaba al menos cinco minutos mirándolas sin parpadear.

—Elise. —Gideon entró, despertándola—. Por favor, deja de mirarlas. Tíralas ya.

Se giró hacia él y volvió a mirarlas.

—¿Y si se enfada?

—Que le den. —Fue hacia ella, tomando su mano—. Vamos, están a punto de llegar.

—No sé si quiero verlos...

—Te animará. —Titubeó, pero se inclinó y le dio un beso en la mejilla, haciendo que se pusiera roja—.

La tarde caía ese miércoles de octubre, y el equipo no tardaría en aparecer por las puertas de la mansión. Era casi una tradición que estaban volviendo a retomar después del accidente, reunirse y ver el partido comiendo solamente comida basura.

—Oye, cariño.

—¿Hm?

—No es que no estés preciosa, pero... ¿Qué haces vestida así? Pareces Mary Poppins.

Elise se miró la falda del vestido negro, acomodándose la bufanda.

—Nada, es una broma que tengo con August.

—¿Y de qué irá vestido él? ¿De gilipollas?

—No seas así.

Elise fue a abrir las puertas, y vio al primer coche aparcando al lado de la fuente de piedra. Estaban al caer. Previamente, le había pedido a August que fingiera llegar desde fuera, porque le daba vergüenza admitir ante sus amigos que tenía un acosador, y necesitaba protección en su propia casa.

Así que fueron recibiéndolos a todos.

—He traído la pizza. —Dijo Haze, cargando una caja enorme—.

—Como lleve piña te la meto por el culo. —Le contestó Gideon—.

—Ya te gustaría a ti verme el culo.

Elise jugó con su alianza de oro, deslizándola y haciéndola rodar mientras miraba a todos entrando.

—¡Vamos al home cinema! —Anthony le ofreció una mano a su mujer, dándole una vuelta para que su falda se ondeara—. A ver si apagan las luces.

La hizo reír, yéndose con ella dentro de casa.

—Elise, ¿dónde tienes los platos? —Le gritó Nadine desde la cocina—.

—Los hondos en el armario, encima del fregadero.

—¡Vale!

El ruido sustituyó al silencio.

Tenía que centrarse en respirar, estaba sudando a pesar de que el tiempo anunciaba viento y escarcha. La idea de la fiesta había sido una distracción bienvenida, pero sentía un ligero nerviosismo mientras esperaban a August. Ahora sin él cerca se sentía rara, lo buscaba inconscientemente. Por suerte, le había cedido a Heimdall, y no paraba de acariciarle la cabeza.

—¿Tienes hambre? —Le dijo en voz baja, rascando al pastor belga entre las orejas—.

Finalmente, el sonido de un motor se detuvo frente a casa. El último que quedaba por llegar entró, y Gideon frunció el ceño al verlo, extrañado.

—¿Pero qué haces vestido así?

—Es una broma.

—Pues vaya broma de mierda.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora