Elise tuvo una noche complicada.
Una vez en su habitación, se quitó el disfraz de Mary Poppins arrancándolo de la cremallera. Lo dejó en el suelo, y luego en la papelera del baño contiguo.
Supuso que Gideon ya la excusaría por haber desaparecido. Tampoco le molestaba admitir que le daba igual despedirse o no de ellos. ¿Con qué derecho se creía Haze de hablarle de esa manera? Estaba enfadado, y borracho. ¿Pero qué le había hecho ella?
Y esas heridas en el pecho... En el mismo sitio donde intentó defenderse del acosador, con el picahielo.
Intentó dormir, y seguramente el sueño la atrapó más de una vez, pero la despertaban pesadillas, con la sensación de que se había caído de un precipicio.
Ya era noche cerrada cuando desistió, levantándose de la cama para ir al baño, porque estaba cubierta de sudor frío.
Se quitó la ropa interior, y se metió en la ducha cuando el agua que salía emanaba vapor. Se quemó un poco la piel.
Aclarándose el pelo, que ya empezaba a acariciarle la cintura, cogió del estante la mascarilla de miel.
Al tenerla en la mano, se dio cuenta de que ella no la había puesto ahí.
Se asomó al otro lado de la mampara, pero obviamente no vio a nadie más en su baño.
—No hay nadie. —Repitió, con la voz agitada—.
Se enrolló el cuerpo con la toalla, y salió para asomarse al dormitorio. La cama seguía revuelta, la lámpara cálida del escritorio encendida, y la ventana cerrada. La media luna la saludó desde el cielo.
Más tranquila, volvió delante del espejo para secarse. Se puso un camisón limpio y, mirándose, el pensamiento de teñirse cruzó su mente.
Porque la combinación de la ropa y el pelo negro la hacían ver como un espectro: acentuaban sus bolsas y parecía más palida.
Al apoyarse en el lavabo para mirarse de cerca, cayó la crema corporal al suelo. Se agachó y la recogió.
Pero, al levantarse, un brazo le rodeó el cuello con fuerza.
Intentó gritar, pero le puso un saco en la cabeza, ahogándola por la tensión y el bíceps que le apretaba la garganta.
Pataleó y se revolvió, aunque no sirvió de mucho.
Tiró las demás cremas al suelo, quedándose con rastros de su piel bajo las uñas al intentar apartarlo, pero la pegó a su pecho y la zarandeó.
Unos segundos de más, y habría muerto dentro de ese saco.
Notó que aflojó la presión y tomó una bocanada de aire hasta que le picó la garganta, con los ojos llorosos.
Sintió que se agachaba, que colocaba la cabeza al lado de la suya y enterraba la nariz en su cuello, oliéndola.
—No eres real. —Hiperventiló, todavía con las uñas enterradas en su brazo—. No eres real... Estoy soñando.
Escuchó que se quitó la máscara, haciéndola ahogar un jadeo. Empezó a llorar.
—No, no, no...
Él levantó el saco que cubría la cabeza a Elise, solo un poco, para liberarle la boca. Con la otra mano acercó el filo de un cuchillo a su espalda, y ella se puso rígida, clavando un poco más las uñas en su piel. Trazó la circunferencia de su cintura con la punta afilada, sobre el camisón de satén.
—Esto no es real. —Continuó diciéndose, llorando en voz baja—.
Notó su aliento en el hombro, acercándose a su cuello. La hizo temblar y ahogar un grito cuando le lamió la cara, pasando por sus lágrimas y sus labios mientras ella apartaba la cabeza.
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La Mansión Mansfield
Misteri / Thriller« Sé lo que has hecho. » Tras un accidente fatal que deja a su marido en pésimas condiciones, Elise Harcourt decide poner su vida en pausa para cuidar de él en su propia casa: la Mansión Mansfield. Aunque preciosa, rodeada por un bosque denso que se...