Capítulo XXII

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Elise escuchó un ruido a lo lejos.

Lo escuchó antes de abrir los ojos, despegándose del sueño profundo que le garantizaban las pastillas.

Otro ruido suave.

Se incorporó en la cama y escuchó, notando unas agujetas en los brazos al apartarse las sábanas. Reconoció entonces la campana de Gideon, el eco de la mansión le traía su sonido.

—Joder... —Murmuró—.

Su cuerpo se movió automáticamente, aún aturdida por el sueño, y se levantó poniéndose las zapatillas de estar por casa.

Dio al interruptor, pero la bombilla estaba fundida. El pasillo estaba sumido en una penumbra inquietante, absorbiéndose en las paredes oscuras.

Con los ojos entrecerrados, Elise llegó a la puerta de Gideon arrastrando los pies y trató de abrirla. La perilla no se movió.

Frunció el ceño, confundida.

—¿Gideon? —Llamó a la puerta varias veces—. ¿Gideon, estás bien?

Acercó la oreja a la madera, pero no oyó nada. De repente, al mirar hacia abajo, vio una nota de papel en el suelo.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda.

Estaba soñando.

Con el pulso tembloroso, y un sudor frío recorriéndole la espalda, cogió la nota.

Corre o escóndete.

Elise apretó los dientes, notó una corriente fría, se pellizcó los brazos... Para estar soñando todo se sentía real.

De repente, una presencia se hizo notar al final del pasillo. Allí, en la oscuridad, su silueta alta emergía de la propia oscuridad.

La máscara negra cubría su rostro, ocultando cualquier rastro de humanidad, pero Elise aún así sentía su mirada fija en ella, lo notaba sonreír.

El pánico la invadió por completo, y su cuerpo comenzó a correr mucho antes de poder pensar, sus pasos resonaron con fuerza por el pasillo. Decían que no podías saber si eras de luchar o de huir hasta que te forzaban a ello, y Elise prefería vivir como una cobarde que morir con atrevimiento. No podía dejar a Gideon solo.

Él empezó a ir tras ella, caminando, mientras Elise corría con todas sus fuerzas, su corazón latiendo desbocado en su pecho.

Perdió las zapatillas por el camino, la bata que llevaba se alzaba tras ella como una capa cuanto más rápido iba. Estaba segura de que le iba a dar un ataque al corazón, le dolía el pecho y notaba un run run en el estómago.

Bajó las escaleras de dos en dos, notando que la cogió del pelo y tiró con fuerza para girarla hacia él. Elise puso las manos en su pecho para escaparse, prefiriendo tirarse por los escalones que quedaban.

Rodó hasta el final, jadeando al notar cómo se le oprimía la caja torácica contra el suelo. Le empezó a sangrar la sien por el golpe.

—No, no. —Lo vio bajar las escaleras, una a una, lentamente, hacia ella—. No, no, no. ¡No!

Se arrastró con las manos, uñas y pies hasta ponerse en pie a trompicones. Se abalanzó hacia la puerta y la abrió de golpe, escapando al exterior. La fría brisa nocturna la golpeó.

Sin mirar atrás corrió hacia el bosque, el miedo la empujó a seguir adelante.

Lo escuchó reír tras ella, quedándose en la puerta abierta.

—¡Corre! —Le dijo una voz profunda, de hombre, que Elise no podía reconocer con el corazón palpitándole en los oídos—.

Las ramas de los árboles arañaban su piel mientras se adentraba más en el bosque. La oscuridad era densa como una trampa a su alrededor, hiciese lo que hiciese, solo se enredaba más en ella.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora