Elise se calentó una infusión en su taza de color verde.
Le ayudaría a conciliar el sueño del que huía, se decía, o simplemente ocuparía sus manos para no arrancarse más piel alrededor de las uñas, porque ya no le quedaba mucha.
Hacía rato que las luces se habían apagado.
Gideon estaba en su habitación, ya durmiendo, Amy había vuelto a Nueva York, y la mansión estaba en silencio.
Se asomó a uno de los balcones de la segunda planta, y el aire nocturno meció su bata.
Se apoyó en la piedra fría, inclinándose hacia el bosque que se abría frente a sus ojos, y contó las estrellas que parpadeaban. Los grillos y los árboles entonaban una melodía por el viento. Le heló la piel estar fuera.
Miró a su alrededor, y la soledad la consoló.
Aunque seguía nerviosa, o neurótica, también se sentía más despierta. Más ella. Sin esas pastillas que la anulaban y la dejaban con la programación más básica para vivir. Ahora podía volver a oler el aire, podía pensar, podía sentir.
Sentía impotencia.
Sentía rabia.
Sentía pena.
Sentía.
Mientras, alguien cubierto por la oscuridad penetrante, se dedicaba a mirarla.
Le parecía una ninfa sacada de ese mismo bosque. Su pelo, castaño y ondulado, bailaba con el viento y su bata negra se enredaba a sus pies. Llevaba una sonrisa en los labios que la hacía parecer más joven, menos demacrada, e inalcanzablemente deseada.
Ella era para Él lo que la luna a los poetas.
Esa era la cara que más le gustaba ver, cuando le escondía las pastillas y no podía tomárselas.
Entonces podía ver a la verdadera Elise Harcourt.
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La Mansión Mansfield
Mystery / Thriller« Sé lo que has hecho. » Tras un accidente fatal que deja a su marido en pésimas condiciones, Elise Harcourt decide poner su vida en pausa para cuidar de él en su propia casa: la Mansión Mansfield. Aunque preciosa, rodeada por un bosque denso que se...