Capítulo XXVI

97 14 2
                                    

Estaba agotada.

Era la primera vez en meses que dormía del tirón, pero no quería levantarse y empezar otro día. Suspiró de mal humor, enredándose bajo la manta al girarse hacia el otro lado.

Se encontró con algo calentito y grande y lo abrazó, acomodándose para que el sueño no la abandonara del todo.

—Gideon, ¿qué haces aquí?

Balbuceó, descubriendo que le dolía la garganta, y la cabeza. Abrió los ojos, parpadeando hasta que se acostumbró a la luz de la mañana, y al que vio ahí no era a Gideon.

Casi gritó, apartándose hasta el otro lado de la cama, cubriéndose la boca para no decir nada.

Pareció escucharla, pero no se despertó, gimió algo y se dio la vuelta, dejando que el sol calentase los tatuajes de su espalda. Una serpiente de tinta negra que se retorcía desde el omóplato hasta el hombro, y la palabra Freyja en la nuca que ya había visto, pero tenía otro que las cicatrices habían deformado.

Toda la espalda estaba quemada.

La piel alrededor era más clara, y el tejido cicatricial se veía tenso, antiguo.

Se quedó unos minutos sin hacer nada, solo mirándolo. No pudo resistirlo, y quiso tocarlo, aunque se suponía que ya lo había hecho.

Alargó una mano temblorosa y, con la suavidad de una pluma, recorrió con la yema de los dedos su columna. Elise recordaba el fuego corroyendo su pierna durante el accidente, sin poder hacer nada hasta que también ardieron los nervios y dejó de sentir, y no quería ni imaginarse el dolor que tuvo que pasar para quemarse tanto.

Se preguntó si habría sido mientras estaba con sus padres, o en Iraq, o con sus padres adoptivos, o quizá por otra cosa. Sintió un latigazo de curiosidad y tristeza.

De repente, August se movió ligeramente, haciendo que Elise apartara la mano. Contuvo el aliento mientras se acomodaba, ahora de lado, con la cabeza medio hundida en la almohada pero mirando hacia ella. Su expresión seguía tranquila, sin saber que lo estaban observando.

Elise sintió un nudo en el estómago, ahora mirando hacia la pared.

¿Qué habían hecho?

Los cuadros y el papel de pared empezaron a volverse borrosos. Se giró por si lo había despertado, pero no la estaba viendo llorar.

El cadáver de Sean.

La herida que tenía desde el inicio del cuello hasta el hombro.

Lo que habían hecho en esa cama.

No podía continuar ahí dentro, iba a vomitar sobre las sábanas. Era una museo de intentos fallidos, y ella una borracha potencial que creía que podría controlarlo todo simplemente ignorándolo.

Al final, con el peso de su cuerpo exhausto y una ligera resaca, cogió ropa lo más silenciosamente que pudo y salió de la habitación, encontrándose con el pasillo.

Cuando se quedó con el silencio, August abrió los ojos.



El agua tibia caía con potencia sobre su cabeza. Pero no arreglaba nada.

Al menos, la capa pegajosa de sangre y sudor desapareció.

Elise salió de la ducha para secarse lejos del espejo, dándose cuenta de que la bombilla parpadeaba con un zumbido suave.

Dejó la toalla en el suelo, y levantó el mentón para fijarse, pero un pico de dolor la despertó. Rozó suavemente la línea irregular que subía a lo largo del hombro, que estaba rojiza y palpitaba bajo la piel.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora