Capítulo XXV

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Dolor.

Escozor.

Pinchazos.

No como tropezar con la pata de un mueble cuando ibas descalzo, ni la sensación de quemarse cuando saltaba aceite hirviendo al cocinar, no.

El dolor que dejaba sin respirar.

—¿Muy apretado?

Elise clavó las uñas en el borde de la bañera, donde estaba sentada. Solo se había desmayado unos segundos, o un minuto como excedente.

—No. —Respondió, sin voz—.

August terminó de poner las vendas, después de que el corte no llorase más sangre. Ahora Elise llevaba un vendaje en el hombro izquierdo, con una vuelta de venda en el cuello, y notó cómo la piel separada volvía a pegarse.

Tenía la boca seca, le temblaba el cuerpo por alguna bajada o subida de tensión, y la imagen de Sean sentado en el suelo del cuarto de limpieza, con las manos atadas, ocupaba su campo de visión. Por mucho que mirase el suelo de mármol.

Debería de estar muerta. La habían matado en el pasillo esta noche, Dios le estaba dando un tiempo que no le pertenecía. ¿Estaría usando los años que le robó a Tracy?

—¿Qué te ha hecho?

Su tono hizo que Elise volviera en sí, como si alguien hubiera venido por su espalda y la hubiese asustado.

Subió un poco más el camisón sobre su pecho, que se había convertido en un trozo de tela con los tirantes y el escote destrozados.

—Nada.

—¿Nada? —Repitió él, volviendo a ponerle la bata sobre los hombros—.

Elise tragó saliva.

—Sí. Nada.

—¿Por qué lo proteges? —Se apartó, volviendo al lavabo para coger una gasa estéril y limpiarse el corte del antebrazo—.

Elise se ató la bata, y levantó la cabeza, viéndolo subirse la manga frente al espejo.

Lo que había hecho, lo que habían hecho, ninguno volvió a mencionarlo cuando recuperó la consciencia. Un beso, provocado por la adrenalina del momento, no cambiaba nada entre ellos dos, ¿no?

—Es...

Un ruido la interrumpió. Se escuchó a la mansión crujir desde algún lado, y August salió del baño sin esperar, alejando cada vez más sus pisadas por el pasillo.

Elise también se puso en pie y lo siguió, pero no tan rápido.

Al llegar, el alma le rozó los pies al ver la puerta del cuarto abierta, escupiendo algo de luz al pasillo lúgubre. Quiso asomarse, pero antes salió Sean, y August detrás de él, cogiéndolo del brazo.

—¿Todo bien? —Dijo, sonando inverosímil, pero la situación no era normal desde ningún ángulo—.

—No lo sé, que nos lo diga él.

Arrastró la silla del cuarto de limpieza, e hizo que Sean se sentara. Completamente vestido de negro parecía una sombra extirpada de la propia oscuridad. Tenía sangre seca en los labios y el mentón, aunque seguía con esa expresión vacía.

Elise se acarició el cuello, notando el vendaje bajo los dedos.

—¿Por qué? —Fue como pensar en voz alta—. ¿Y Nadine? El hijo que esperas, ¿ha valido la pena perder todo eso?

Sean levantó la mirada hacia ella, sin levantar la cabeza. August apretó la mano que tenía en su hombro, manteniéndolo en el sitio por si pensaba que podía hacer cualquier otra cosa.

La Mansión MansfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora