Prologo

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El reloj en la pared marcaba las tres de la madrugada. La habitación estaba sumida en una penumbra inquietante, apenas iluminada por la luz mortecina de una farola en la calle. Caín se encontraba sentado en su escritorio, su rostro parcialmente oculto en sombras, mirando fijamente el expediente del caso que había dejado sin resolver.

Las páginas estaban salpicadas de notas, fotografías de escenas del crimen y recortes de periódico que detallaban los horrores cometidos por un asesino al que nadie había logrado atrapar. "El Conde", lo llamaban. Un nombre que evocaba terror y fascinación en igual medida. Caín se pasó una mano temblorosa por el rostro, sintiendo el peso de la fatiga y la culpa. Recordó las veces que había estado cerca de atraparlo, solo para que el asesino se le escapara como arena entre los dedos.

Las imágenes en el expediente eran inquietantes. En cada una, el patrón se repetía: la víctima desangrada, una escena meticulosamente preparada, y un símbolo enigmático dejado en el lugar del crimen. "El Conde" parecía disfrutar del caos que dejaba a su paso, un caos que Caín había jurado poner fin, pero que ahora parecía más inalcanzable que nunca.

De repente, un sonido perturbador rompió el silencio de la noche. Un susurro, apenas audible, pero suficiente para hacer que Caín se sobresaltara. Miró alrededor, buscando el origen del sonido, pero no había nadie. Solo él y la inquietante sensación de ser observado. El murmullo de la calle, la brisa ligera que se colaba por la ventana entreabierta, y el ocasional crujido de los muebles parecían amplificar la tensión en el aire.

Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar los latidos de su corazón. Pero en la oscuridad de sus párpados cerrados, vio imágenes borrosas y fragmentadas: un orfanato en ruinas, niños gritando, y una figura oscura que se movía entre las sombras. No podía recordar todos los detalles, pero esos fragmentos eran suficientes para hacerle entender que su pasado estaba profundamente entrelazado con el presente. Aquel orfanato, donde había crecido, estaba ligado de alguna manera al asesino que ahora cazaba.

Las imágenes eran cada vez más vívidas y aterradoras. Recordaba el silencio frío del orfanato, la sensación de abandono y desesperanza que lo envolvía. Había algo en la oscuridad de ese lugar que parecía estar conectado con el misterio del Conde, como si los ecos del pasado estuvieran resonando en el presente de una manera siniestra.

Abrió los ojos y volvió a centrarse en el expediente. La última víctima había sido encontrada la noche anterior, sin una gota de sangre y con una nota firmada por "El Conde". La familiaridad de la escena le resultaba perturbadora, como si ya hubiera visto algo similar antes. La conexión con su propio pasado era ineludible, pero los detalles se le escapaban como arena entre los dedos. Sentía que estaba a punto de descubrir algo, pero la verdad se mantenía oculta en las sombras.

Con un suspiro profundo, Caín se levantó y se dirigió hacia la ventana. Miró hacia el horizonte oscuro de la ciudad, sintiendo un vacío insondable en su pecho. La ciudad estaba envuelta en una bruma de neblina que reflejaba las luces de los edificios, creando un paisaje de sombras y luces difusas. Sabía que para resolver este caso, tendría que enfrentarse a sus propios demonios, aquellos que había mantenido enterrados durante tanto tiempo. El pensamiento de su propio pasado y la conexión con el caso lo atormentaban, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

El sonido de un teléfono rompió la quietud de la noche. Caín se giró lentamente, sabiendo que esa llamada cambiaría el curso de su vida. Descolgó el auricular con manos temblorosas y escuchó la voz al otro lado de la línea, clara y urgente.

—Tenemos otro cuerpo, Caín. Ven inmediatamente.

Colgó sin decir una palabra, tomando su abrigo y el expediente. Mientras salía de su apartamento, una voz familiar resonó en su mente, una voz que no era la suya, pero que conocía demasiado bien. Era la voz del Conde, un susurro que parecía burlarse de él desde la oscuridad.

—El Conde está cerca, Caín. Muy cerca.

Con una mezcla de determinación y miedo, Caín cerró la puerta tras de sí, consciente de que la búsqueda de la verdad lo llevaría a enfrentarse a la parte más oscura de su alma. Cada paso en el pasillo de su edificio parecía resonar como un eco en la noche silenciosa, aumentando su sensación de urgencia.

Al salir a la fría y desierta calle, se encontró con el agente Fiona, su colega más confiable. La luz de la luna bañaba su rostro serio, y sin necesidad de palabras, ambos entendieron la gravedad de la situación. Subieron al coche patrulla y Fiona arrancó, dirigiéndose al lugar del nuevo crimen. La carretera estaba desierta, y el viaje se sintió interminable, como si la noche misma estuviera conspirando para alargar el tiempo.

El trayecto fue silencioso, interrumpido solo por el murmullo de la radio policial. Caín no podía dejar de pensar en las palabras de la llamada y en los fantasmas de su pasado que parecían estar resurgiendo con cada nuevo cadáver. Cada asesinato no solo era un golpe para la ciudad, sino una herida abierta en su propia alma. Los recuerdos del orfanato, de las voces de los niños y el miedo constante, volvían a atormentar su mente.

Finalmente, llegaron a un callejón oscuro, delimitado por altos edificios que proyectaban sombras inquietantes. La escena del crimen estaba acordonada, y las luces de los vehículos policiales teñían el área con destellos rojos y azules. Los oficiales a cargo intercambiaban miradas de preocupación mientras Caín y Fiona se acercaban.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Fiona al oficial de guardia.

—Misma firma que antes —respondió el oficial, señalando hacia el cadáver. —Sin sangre, y una nota del Conde.

Caín se arrodilló junto al cuerpo, examinando los detalles con precisión. La víctima era una mujer joven, yacía pálida y rígida en el frío suelo. Su rostro, aunque sereno, estaba marcado por una expresión de horror que parecía contar una historia de agonía. Junto a ella, una pequeña tarjeta con una caligrafía elegante:

"El pasado siempre vuelve, Caín. ¿Podrás escapar de él?"

El corazón de Caín latió con fuerza. Levantó la mirada hacia Fiona, quien lo observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad. Sabía que las respuestas no estaban solo en la escena del crimen, sino en los rincones más oscuros de su propia historia. El Conde no solo estaba jugando con las vidas de sus víctimas, sino también con la mente de Caín, retándole a enfrentar sus propios miedos.

Con la nota aún en la mano, Caín se puso de pie, decidido a desentrañar el enigma de una vez por todas. Sin embargo, en lo profundo de su ser, una voz susurraba: "¿Estás seguro de querer descubrir la verdad?" Era un recordatorio de que cada respuesta podría abrir nuevas preguntas y que cada revelación podría llevarlo más cerca del abismo.

El aire frío de la madrugada mordió su piel mientras se alejaba de la escena, consciente de que cada paso lo acercaba más a un enfrentamiento inevitable con los demonios que había tratado de olvidar. Sabía que el camino por delante sería arduo y peligroso, pero también comprendía que era el único que podía enfrentarse al Conde y desentrañar el oscuro misterio que amenazaba con consumirlo todo.

Mientras se dirigía de regreso al coche patrulla, Caín sintió una determinación renovada. La búsqueda de la verdad, aunque peligrosa y perturbadora, era la única forma de exorcizar los fantasmas de su pasado y poner fin a la pesadilla que había estado acechando en la oscuridad. El Conde había encendido una llama en su alma, una llama que solo se extinguiría cuando la verdad saliera a la luz y el asesino fuera finalmente capturado.

El viaje de regreso a la oficina fue silencioso, pero la mente de Caín estaba en ebullición. Cada detalle del caso, cada fragmento del pasado que emergía con cada nuevo crimen, estaba entrelazado en un tapiz oscuro que amenazaba con desmoronarse. Sabía que estaba en el umbral de una verdad aterradora, una verdad que podría cambiar todo lo que conocía.

Con cada kilómetro que recorría, Caín sentía el peso de la responsabilidad y la urgencia. El Conde no solo había desafiado su habilidad como detective, sino también su resistencia emocional. El próximo movimiento del asesino, el siguiente sacrificio en su siniestro juego, estaba cerca, y Caín estaba decidido a detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora