Capítulo 1

17 1 0
                                    


El Primer Rastro

El frío de la mañana se filtraba a través de las ramas desnudas del parque, envolviendo el lugar en un manto de niebla grisácea. El sol apenas comenzaba a despuntar en el horizonte, arrojando una luz tenue sobre el suelo cubierto de hojas caídas. El parque, usualmente un lugar de calma y belleza, estaba ahora transformado en un escenario lúgubre, donde el silencio de la madrugada se rompió con un grito agudo, un sonido que atravesó el aire como un cuchillo afilado.

El eco de ese grito todavía resonaba en la mente de Caín cuando el teléfono de su oficina sonó con un tono estridente que interrumpió su profunda reflexión. Era temprano, pero el caso no podía esperar. El detective privado dejó su taza de café sobre la mesa, la bebida aún humeante, y tomó el receptor con una mano que le temblaba ligeramente.

—¿Sí? —dijo, tratando de mantener la calma en su voz.

La voz del otro lado, la de su contacto en la policía, era tensa y preocupada.

—Tenemos una nueva víctima —dijo la voz, temblando ligeramente—. Es... horrible. Necesitamos que venga de inmediato.

El estómago de Caín se encogió ante la urgencia en la voz de su contacto. Sabía que el que le esperaba no sería un caso ordinario. Mientras se preparaba para el que prometía ser otro caso inquietante, el detective intentó controlar la creciente sensación de incomodidad. Caminó hacia su coche, el aire frío de la mañana envolviendo el ambiente y mezclándose con la niebla que se alzaba desde el suelo.

Al llegar al parque, se encontró con un grupo de oficiales y forenses, rodeando un área delimitada por cintas amarillas que ondeaban ligeramente con la brisa. Caín se abrió paso entre ellos, sintiendo el peso de la tensión en el aire. Su mirada se posó en el lugar del crimen, y lo que vio lo dejó paralizado. La escena estaba envuelta en un halo de horror que parecía desafiar toda lógica.

Libia Carter, una joven universitaria conocida por su alegría y vivacidad, estaba colgada de un árbol. Sus brazos estaban extendidos hacia arriba como si intentara escapar de su destino macabro. Sus muñecas estaban cortadas con precisión quirúrgica, y la sangre se había drenado completamente, formando un charco oscuro en el suelo. La escena estaba adornada con símbolos esotéricos, dibujos en sangre y tierra que sugerían un rito oscuro y perturbador. El contraste entre la belleza natural del parque y la brutalidad del crimen era abrumador.

Caín se acercó a la escena con cautela, su mirada recorriendo los detalles macabros con una mezcla de horror y profesionalismo. La atmósfera era pesada, cargada de una sensación opresiva que parecía ahogar el aire. La sangre en el suelo había sido cuidadosamente esparcida para formar patrones que, en su crudeza, parecían casi artísticos. Era como si el asesino hubiera intentado no solo asesinar, sino también crear una obra siniestra.

—¿Cómo sucedió esto? —preguntó Caín a uno de los oficiales presentes, su voz grave tratando de cortar a través del peso de la escena.

—No lo sabemos con certeza aún —respondió el oficial con voz grave—. La llamada de emergencia llegó hace apenas una hora. La víctima no tiene familiares cercanos, por lo que aún estamos intentando contactar a alguien que pueda proporcionarnos más información.

Caín observó el cuerpo de Libia con una intensidad inquietante. La disposición meticulosa de los símbolos y el estado de la víctima le daban un aire de ritualidad perturbadora. El horror de la escena no solo residía en la brutalidad de los actos, sino en la sensación de que algo más oscuro se escondía detrás de estos crímenes. Los símbolos, cuidadosamente trazados con una mezcla de sangre y tierra, parecían formar un patrón que Caín no podía identificar en ese momento, pero que lo inquietaba profundamente.

CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora