Capítulo 6: Perdiendo el Control

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El sol se alzaba sobre la ciudad, anunciando el inicio de otro día escolar para Alex. A pesar de los esfuerzos constantes del doctor Morales por entender su condición, el psicólogo aún no había encontrado respuestas. Sus colegas, cada vez más escépticos, comenzaban a dudar de su cordura. Sin embargo, el doctor Morales no se daba por vencido y seguía buscando alguna explicación para lo que estaba ocurriendo con Alex.

Habían pasado algunas semanas desde la última transformación, y aunque trataba de mantenerse calmado, el temor constante de que volviera a suceder su transformación lo mantenía en vilo, ello mismo acrecentando la ansiedad que la desataría. De repente, sintió la familiar ola de calor y ansiedad que lo envolvía. Cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas que no ocurriera allí. Pero cuando los abrió, ya había pasado.

La transformación ocurrió justo antes del final de la clase. Alex miró a su alrededor, notando las miradas de sorpresa y confusión de sus compañeros. Marta, sentada a su lado, la miró con preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó Marta en voz baja.

—Sí, estoy bien —respondió Alex con una sonrisa despreocupada—. Solo necesito un favor.

Al sonar la campana, indicando el final de las clases, Alexia tomó a Marta de la mano y la condujo fuera del aula.

—¿A dónde vamos? —preguntó Marta, tratando de seguirle el paso.

—Confía en mí, necesito tu ayuda —respondió Alex, sin dar más explicaciones.

Caminaron juntas hasta el centro de la ciudad, donde había una pequeña joyería. Marta estaba confundida y preocupada por la situación, pero decidió seguir a Alex, esperando poder entender lo que estaba pasando. Entraron en la tienda, que estaba llena de vitrinas con brillantes joyas.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Marta, mirando a su alrededor.

—Quiero comprar unos aretes —respondió Alex, con una sonrisa—. Y necesito tu opinión.

Marta se quedó sin palabras por un momento, pero finalmente asintió, dispuesta a ayudar a su amiga. Alex comenzó a examinar los diferentes modelos de aretes, mientras Marta la seguía de cerca, tratando de entender lo que estaba sucediendo.

—¿Qué te parecen estos? —preguntó Alex, señalando un par de aretes de acero con pequeñas piedras rosas.

—Son bonitos —respondió Marta, tratando de sonar entusiasta—. Pero, Alex, ¿estás seguro de esto? Quiero decir, ¿es algo que realmente quieres hacer?

—Sí, estoy segura —dijo Alex, con firmeza—. Quiero usarlos ahora mismo.

Se dirigieron al mostrador, donde una amable empleada las atendió. Alex pidió que le perforaran las orejas, y la empleada, aunque sorprendida por la determinación de la chica, accedió sin hacer demasiadas preguntas. Mientras esperaban, Marta no podía evitar sentirse preocupada. La situación se estaba volviendo cada vez más extraña y no sabía cómo ayudar a su amigo.

—Por cierto, prefiero que me llames Alexia —dijo la chica, con una sonrisa—. Me gusta más.

Marta asintió, tratando de mantener la calma. Sabía que Alex estaba ahí, en alguna parte, y que probablemente estaba tan desconcertado como ella. Finalmente, la empleada terminó de perforar las orejas de Alexia y colocar los nuevos aretes. Alexia se miró en el espejo, satisfecha con el resultado.

Los aretes eran pequeños pero llamativos, las piedras rosas capturaban la luz de manera deslumbrante. Se ajustaban perfectamente al lóbulo de la oreja, resaltando su feminidad de una manera elegante y sutil.

—Me gustan mucho —dijo Alexia, girando la cabeza para admirar los aretes.

Salieron de la joyería, y Alexia se sintió más segura de sí misma que nunca. Marta, sin embargo, seguía preocupada por su amigo.

—Alexia, ¿estás segura de que esto está bien? —preguntó Marta, con voz temblorosa—. Todo esto es tan... extraño.

—Lo sé, pero por ahora esto es lo que quiero —respondió Alexia, con un tono despreocupado—. Vamos, disfrutemos el resto del día.

Pasaron las siguientes horas paseando por la ciudad, hablando y riendo. Alexia parecía disfrutar cada momento, mientras que Marta seguía observándola con preocupación. Finalmente, durante el atardecer, sintió la transformación comenzando a revertirse.

—Marta, necesito encontrar un lugar tranquilo —dijo Alexia, sintiendo la familiar ola de calor que anunciaba el cambio.

Se dirigieron a un parque cercano, donde encontraron un banco apartado. Alexia cerró los ojos, dejando que la sensación de calor y luz la envolviera. Cuando Alex abrió los ojos de nuevo, se encontró en el mismo lugar, pero con los aretes aún puestos. Miró a Marta, sintiéndose completamente expuesto y vulnerable.

—Marta... ¿qué pasó? —preguntó Alex, con voz temblorosa.

—Te compraste unos aretes y te perforaste las orejas —respondió Marta, tratando de mantener la calma—. Dijiste que querías que te llamara Alexia.

Marta sacó un pequeño espejo de su bolso y se lo mostró a Alex. Al ver su reflejo, Alex sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los aretes, claramente femeninos, resaltaban en sus orejas, haciendo que su apariencia se sintiera ajena y desconcertante. Su corazón latía con fuerza y un temor profundo se apoderó de él.

—No puede ser —murmuró Alex, con desesperación en su voz.

Intentó quitarse los aretes, pero por alguna razón, no podía aflojar los broches. Sentía una extraña fuerza que le impedía quitárselos, como si estuvieran pegados a su piel.

—No puedo quitarlos —dijo Alex, con desesperación—. Marta, ¿qué está pasando?

—No lo sé, Alex. Pero vamos a resolver esto juntos —respondió Marta, abrazándolo para ofrecerle consuelo.

Caminaron de regreso a casa, con Alex sintiéndose cada vez más confundido y asustado. Cuando llegó, sus padres estaban esperando, preocupados por su ausencia prolongada.

—Alex, ¿dónde has estado? —preguntó Teresa, con voz temblorosa.

—Me transformé de nuevo —dijo Alex, tratando de mantener la calma—. Y esta vez fue diferente. Me llamé a mí mismo Alexia y... me perforé las orejas.

Roberto lo abrazó, tratando de ofrecerle consuelo.

—Vamos a resolver esto, hijo. No estás solo.

Teresa, preocupada, intentó quitarle los aretes. Pero al igual que Alex, no pudo mover los broches ni siquiera un poco. Roberto lo intentó también, pero fue inútil.

—Es como si estuvieran pegados —dijo Teresa, mirando a su hijo con preocupación—. Esto no tiene sentido.

Alexasintió, sintiéndose cada vez más desesperado. Sabía que la situación eradifícil, pero también sabía que tenía a su lado a personas que lo amaban yquerían ayudarlo. Esa noche, mientras se miraba en el espejo, viendo los aretesque no podía quitarse, se prometió a sí mismo que seguiría luchando porentender y controlar esta extraña dualidad en su vida.

Crisis DualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora