Capítulo 18.

21 6 0
                                    

—Por eso nunca te venías dentro de mí —suelto, a medida que revivo el tiempo que hemos pasado juntos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Por eso nunca te venías dentro de mí —suelto, a medida que revivo el tiempo que hemos pasado juntos. Siempre que hemos hecho el amor, ha sido reticente a dejarse llevar durante el orgasmo y ahora, entiendo realmente el porqué.

—Así es —acepta, tenso. Camina unos pasos hasta que se detiene, y por su expresión sé que está dándole vueltas a algo más. No es difícil intuir que se trata de algo que no me va a gustar ni un poco—. Pero aún, así temí que pudieras quedar en estado. Así que he estado suministrándote a escondidas un brebaje para evitar la concepción —suelta, a medida que sus manos se convierten en puños, como si estuviera conteniendo las ganas de golpearse a sí mismo por haber sido capaz de semejante tropelía.

—¿De qué estás hablando? —espeto, incrédula. Aguardo, completamente superada, sin perderle de vista. Quizás, temiendo que huya antes de ofrecer las explicaciones necesarias.

—No podía permitir que algo como esto sucediera —rebate, torturado—. Juro, que siempre he buscado cuidarte —insiste, con una ferocidad que me encoge el corazón. Pero reniego de esas emociones, pues ahora mismo, no merece ni un ápice de mi compasión—. Sé que te he fallado... —pronuncia, víctima de una pena indescriptible. Pero esas palabras no me sirven de nada en estos momentos. Lo que necesito, son respuestas.

—¡Sedrik! —exclamo, en una clara orden para que deje de divagar y hable claro.

—Lo disimulé en tus comidas, el té o cualquier otra cosa —desvela, sombrío—. Por eso me aseguraba que siempre tomaras algo la mañana siguiente de mantener relaciones. Tenía que ponerte a salvo —justifica, de una forma tan pobre que experimento unas terribles ganas de ir en su contra. Y es que solo me contengo, porque sé que ni con todas mis fuerzas, sería capaz de hacerle un solo rasguño.

Jamás había tenido ganas de herirle, pero el dolor que siento es tan grande, que la única forma que se me ocurre de encontrar algún alivio, es proferirle una parte de dicha agonía. Aunque por como se ve, creo que ya está sufriendo un elevado castigo por sus mentiras. Recuerdo todas las mañanas que desperté feliz y él enseguida me ofreció algo de tomar o de comer y nunca dudé, por que él jamás me haría daño.

Creo que sí lo hizo para cuidarme en cierto modo, pero esa no era la forma de hacerlo. Deslizando algún brebaje a escondidas para evitar que quedara embarazada, como un vil farsante.

—¿Qué era? —pregunto, dudando de si realmente quiero conocer que es lo que llevaba esa cosa. El estómago se me revuelve, al recaer en que he estado tomando algo en múltiples ocasiones, sin ser consciente. Es una sensación demasiado desagradable, no solo por el engaño, sino porque viene de él.

—Es una infusión de hierbas —jura, creyendo que eso servirá para tranquilizarme—. Un antiguo preparado que elaboraban en la corte para cualquier humana que hubiera yacido con algún integrante de la realeza y así, evitar incidentes —ahora vislumbro aún mejor que el número de individuos conscientes de la fecundidad entre un vampiro y un humano está conformado por un círculo reducido. Tanto, que me atrevo a jurar que solo Sedrik, el rey y quizás su madre, poseen semejante dato.

Eternidad - Saga Criaturas de la noche IV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora