En un reino donde la rivalidad entre dos castillos se ha prolongado durante siglos, el destino une al Rey Alexander de Hillcrest y la Reina Isabella de Greenwood en matrimonio. Sus hijos mayores, el arrogante Príncipe Nathan y la cautivadora Princes...
El camino fue tranquilo, el murmullo de las conversaciones de los sirvientes se desvanecía a medida que me acercaba a la entrada del despacho. Una suave brisa entraba por las ventanas abiertas, acariciando los tapices de las paredes y llevando consigo el aroma fresco de los jardines exteriores.
Al llegar, la puerta estaba entreabierta y pude ver a través de la rendija que Nathan y Eveline estaban en el interior. La luz del sol entraba a raudales por los ventanales, iluminando sus figuras de una manera que resaltaba la intimidad del momento. La conversación dentro parecía animada, y no pude evitar escuchar fragmentos de sus risas y murmullos, que resonaban en mis oídos como campanadas de alerta.
No quería interrumpir, pero debía avisarle a Nathan.
Decidí golpear suavemente la puerta, pero antes de que pudiera hacerlo, un sonido inesperado me detuvo en seco. Un susurro seguido de un suave beso.
Me quedé paralizada, observando cómo sus labios se encontraban y se movían con deseo y complicidad. Nathan, con su cabello despeinado y su expresión relajada, correspondía al beso con una intensidad que no había visto antes, mientras ella envolvía sus brazos alrededor de él para profundizar aún más el beso.
No debía estar aquí, no era más que una intrusa en una escena privada.
El golpe de la puerta al abrirse rompió el hechizo del momento. Ambos se separaron de inmediato, y giraron hacia mí con expresiones de sorpresa. Nathan se enderezó rápidamente, tratando de recomponer su postura, mientras Eveline se levantaba de la silla, haciendo un esfuerzo por volver a su elegancia habitual.
―Elara. ―dijo Nathan, con su voz ligeramente agitada por el momento. ―¿Qué haces aquí?
―Vine a avisarte que nuestros padres han llegado. ―dije con voz firme, intentando mantener la calma a pesar de lo que estaba sintiendo. ―Y parece que lo hice en el momento menos apropiado.
―Lo siento si te hemos incomodado, princesa. ―dijo Eveline con un tono que intentaba ser conciliador, aunque la sonrisa en sus labios parecía más forzada.
Nathan, por su parte, parecía indiferente a la situación.
―¿Eso es todo? ―dijo finalmente.
―Sí, tu padre hará una reunión más tarde, luego de descansar. ―respondí, tratando de no dejar que mi voz temblara.
Nathan asintió, y Eveline se despidió con una ligera inclinación de la cabeza antes de salir a paso apresurado. Me quedé en la puerta un momento, tratando de procesar lo que acababa de ver.
Si tan sólo no hubiera venido, me habría ahorrado esto.
Finalmente, me giré hacia Nathan, que se encontraba en silencio en una esquina del despacho sin saber qué decir.
―La próxima vez, cierra la puerta. ―solté con brusquedad, antes de salir de allí dando un portazo. El sonido resonó por todo el pasillo, pero no me importó. Debía salir cuanto antes, o me ahogaría con mis propias palabras.
Me dirigí al vestíbulo nuevamente con pasos rápidos, tratando de calmar la furia que sentía burbujeando dentro de mí. La visión de Nathan y Eveline juntos me había dejado una sensación desagradable, como una punzada en el pecho que no lograba disipar. No sé qué sentía con exactitud, por qué me molestaba tanto.
O tal vez sí lo sabía, y simplemente no quería aceptarlo.
No quería aceptarlo porque quizás eso nunca iba a suceder, porque reconocer mis sentimientos hacia Nathan significaba enfrentar una realidad incómoda.
¿Qué sentido tenía albergar esperanzas hacia alguien que, aparentemente, parecía estar con alguien más? Nunca había tenido la oportunidad de preguntarle o sentarnos a hablar como familia sobre su vida amorosa. Si bien, sospeché en un principio que podía ser Lady Celestya, con lo que mis ojos vieron hace un momento, estaba claro que no.
Al parecer Nathan parecía ser un libro cerrado, difícil de abrir y leer.
La lógica me decía que debía mantenerme distante, fría, que no podía permitirme caer en el juego de los celos. Pero reconozco que cada vez que veo a Nathan, algo en mi interior se enciende, una chispa de deseo que me resulta imposible de ignorar por más que intente.
Era irritante, agotador.
Me molestaba su cercanía, me molestaba la manera en que sonreía con arrogancia, me molestaba su manera de andar tan despreocupada, me molestaba no poder comprenderlo. Me molestaba todo en absoluto, y al mismo tiempo me gustaba.
Esa era la realidad, Nathan me gustaba.
Y si bien, me había hecho creer por momentos que quizás sucedía algo entre ambos, creo que no estaba lista para soportar la idea de que mis sentimientos fueran unilaterales, de que mis intentos por ocultar lo que sentía no fueran suficientes para protegerme del dolor. Quizás lo que más me dolía era la posibilidad de que, a pesar de todo, él nunca me viera como yo quería que me viera.
Por eso prefería que permaneciera oculto, que siguiéramos peleando y llevándonos mal. Era la mejor forma de hacerlo desaparecer.
Pero sabía que incluso en medio de mi rabia y frustración, había una parte de mí que seguía aferrándose a una pequeña esperanza. Una esperanza irracional, casi infantil, de que algún día las cosas podrían ser diferentes. Era una esperanza que me mantenía en vilo, atrapada entre el deseo y el miedo, sin saber cómo avanzar ni cómo dejarlo atrás, y que por más que quisiera enterrarla, al final del día, seguía allí, latente, esperando el momento de salir a la superficie.
Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que realmente me asustaba.
Cuando llegué al vestíbulo, mi madre se me acercó con una sonrisa cálida, mientras que Alexander, con una actitud serena, la esperaba al pie de la escalera para subir a la habitación.
―Elara, ¿todo bien? ―preguntó, notando mi expresión tensa.
―Sí, todo está bien. ―respondí con un tono que intentaba ser tranquilizador. ―Nathan está informado sobre su llegada.
Mi madre asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta. Alexander, con una mirada comprensiva, me dio una ligera sonrisa.
―Vamos a descansar un poco antes de la reunión. ―dijo Alexander. ―Podemos hablar sobre cualquier cosa que necesites más tarde.
Agradecí el gesto y los acompañé mientras se dirigían hacia sus habitaciones. El alivio de estar con ellos me ayudó a calmarme un poco, pero la preocupación por las tensiones en el castillo no se disipaba completamente.
Después de que se instalaran, me tomé un tiempo para pasear por los jardines del castillo, tratando de despejar mi mente y pensar en los próximos pasos. Los jardines eran un remanso de paz, con flores en pleno florecimiento y el sonido suave del agua de las fuentes.
Respiré hondo, dejando que la tranquilidad del lugar me envolviera.
Finalmente, luego de unas horas, volví al interior del castillo con la intención de prepararme para la reunión y asegurarme de que todo estuviera listo para cuando Nathan se uniera a nosotros.
Debía enfocarme en lo que realmente importaba en ese momento. Este era mi hogar y mi futuro, y estaba dispuesta a luchar por ambos.
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