"El día de la boda real"
La mañana del día de la boda, los rayos del sol se filtraban por las ventanas del gran salón, iluminando cada rincón del castillo con una luz cálida y dorada.
Desde mi habitación, en el ala este del castillo, ya podía escuchar el ajetreo y el bullicio proveniente del salón. A pesar de la tensión del día anterior, los preparativos finales estaban en marcha, con sirvientes y decoradores asegurándose de que cada detalle estuviera perfectamente alineado para la ceremonia.
Después de horas de preparación, finalmente me deslicé en mi vestido de color azul. El corpiño ajustado realzaba mis curvas con elegancia, mientras que la falda larga y fluida caía al suelo en una cascada de tela suave. El cabello recogido con mechones sueltos enmarcaba mi rostro, y un suave rubor en mis mejillas completaba mi apariencia.
Alguien golpeó con suavidad mi puerta.
―¿Estás lista? ―dijo Arabella, asomándose por el umbral.
―Sí, lo estoy ―dije mientras daba una vuelta para mostrar mi vestido.
―¡Estás hermosa! ―exclamó Arabella.
Ella llevaba puesto un vestido verde oscuro que hacía resaltar aún más su belleza natural.
―Tú igual. ―la abracé cálidamente.
Antes de salir de la habitación, me miré una vez más y coloqué sobre mi cabeza la corona plateada. El peso de esta era un recordatorio constante de mis deberes y responsabilidades como princesa.
―Ahora sí, andando.
Bajé las escaleras con paso firme pero cuidadoso, acompañada de Arabella. Al llegar al gran salón, observé con asombro y un toque de alegría cómo los últimos detalles del gran evento se ponían en su lugar. Las cortinas de terciopelo rojo eran ajustadas con precisión, las flores recién cortadas se alineaban en los pasillos y las luces brillaban con una calidez acogedora.
Los invitados comenzaban a llegar, y el salón se llenaba cada vez más. Muchos se acercaban a saludar o simplemente hacían una inclinación en señal de respeto. Fuera del castillo, podían escucharse los gritos de ovación de los ciudadanos; muchos habían viajado desde lejos para presenciar la boda.
A lo lejos, pude visualizar a mi madre, radiante y serena en su vestido blanco adornado con perlas y encaje, quien esperaba al inicio de la larga alfombra que llevaba hacia el altar.
Su mirada se encontró con la mía y un destello de complicidad pasó entre nosotras, recordándome lo lejos que habíamos llegado y lo orgullosa que estaba de ella.
―Elara, querida, estás absolutamente deslumbrante. ―dijo dándome un abrazo cálido en cuanto me acerqué.
―Gracias, madre. Todo ha quedado hermoso. ―sonreí de oreja a oreja.
―Sí, gracias a ti y a Arabella por asegurarse de que todo esté perfecto.
―Es un honor ayudar, majestad. ―dijo Arabella antes de ir a su lugar a sentarse.
La música comenzó a llenar el aire dando inicio a la ceremonia, y me posicioné junto a mi madre para acompañarla hasta el altar en señal de respeto.
Mientras caminaba, mis ojos se encontraron con los de Nathan, imponente y majestuoso en su uniforme real, quien esperaba junto a Alexander en el altar. Me miró con una expresión que mezclaba desprecio y obligación, una mirada que me recordaba lo mucho que detestábamos esta unión.
En cuanto llegamos, el sacerdote, con una voz profunda y resonante, comenzó a hablar. Las palabras de amor y compromiso llenaron la habitación, envolviendo a todos los presentes en un aura de alegría. Mi madre y Alexander intercambiaron votos que resonaron con promesas de amor eterno y colaboración en la gobernanza del reino.
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ᴠɪ́ɴᴄᴜʟᴏꜱ ᴅᴇ ʜᴏɴᴏʀ ©
RomanceEn un reino donde la rivalidad entre dos castillos se ha prolongado durante siglos, el destino une al Rey Alexander de Hillcrest y la Reina Isabella de Greenwood en matrimonio. Sus hijos mayores, el arrogante Príncipe Nathan y la cautivadora Princes...