Capítulo Dieciocho

37 5 0
                                    


La voz de Víctor penetró en la embotada cabeza de Claudia, haciéndola reaccionar. Indignada porque aquel patán se hubiera atrevido a acosarla de nuevo, después de haber pasado de ella las últimas veinticuatro horas y tras haberse estado enrollando con otra, se armó de valor y lo encaró:

—Pero... ¿tú qué te has creído? —La mirada azulada de la muchacha resplandecía de rabia—. ¿No decías que te habías cansado de jugar conmigo, que me alejara de ti? ¿No habías cambiado mis atenciones por las de otra, por las de una rubia de bote porque yo ya no te interesaba? Entonces, ¿qué coño haces aquí conmigo, confundiéndome una vez más?

Claudia estaba que trinaba. Era tal el grado de confusión, enfado y frustración que sentía, que no pudo echarle freno a su lengua y soltó de corrido todo lo que quería espetarle.

V la miró serio, pero no dijo nada. ¡Ni siquiera replicó! Se limitó a mirarla con intensidad. Eso sí, sin dejar de mantenerla aprisionada con su cuerpo.

—¡Estoy harta!: de ti, de Daniel, ¡de todo! —añadió ella entre sollozos, dando rienda suelta a su rabia e impotencia—. Quiero que los dos me dejéis en paz, ¿es tan difícil de asimilar eso? —Sorbió por la nariz y, tras tragarse un par de lágrimas, dijo, viendo que él no decía nada y seguía en la misma pose—: A ver, ¿qué os he hecho yo para que me tratéis así?

El muchacho, aunque se mantenía serio, ahora la miraba con tristeza, con un ápice de lástima y comprensión.

—¡Mierda, joder! ¡Tú no entiendes nada! —soltó al final él, dolido al verla a ella tan afligida.

—¡Pues explícamelo! —pidió ella, alzando también la voz y la barbilla.

—¿Es que no ves que no puedo? —respondió V con voz compungida.

—¿Por qué?, ¿qué es lo que ocultas, Víctor? —Ahora, su tono de voz era una nota más baja—. ¿Me sueltas los brazos, por favor? —pidió; ya sentía los miembros superiores entumecidos.

Víctor soltó de golpe sus manos, dejándoselas libres, pero no se alejó del cuerpo de Claudia, a quien seguía reteniendo contra la fresca pared de baldosas.

—Mira, tú lo único que tienes que hacer es mantenerte lo más lejos posible de Daniel, y ya está.

—¡Y un cuerno ya está! Quiero saber el porqué. ¿Qué es lo que ocurre con el tutor? ¡Dime!

—Haces demasiadas preguntas y yo no puedo darte las respuestas —reconoció él. Luego, como si le hubieran cambiado de nuevo el chip, volvió a ser el chico acosador y dominante de siempre—: No te lo vuelvo a repetir más, muñeca, eres mía y harás lo que yo te pida. Y ahora mismo te estoy ordenando que te olvides de Daniel.

Su rostro volvió a ser el de siempre: el de un chico manipulador que no aceptaba un no como respuesta. Quizá, pensó que si la trataba así, conseguiría que ella claudicara y se amedrentara, sin embargo no fue así, ya que la muchacha había cambiado a lo largo de las últimas horas y ya no se dejaba dominar así como así, como antes.

—Que sepas que ya no me intimidas. No me das miedo. Puedes amenazarme con navaja, con una pistola o con lo que te dé la gana, pero no conseguirás salirte con la tuya. Ya no.

Lo miró con orgullo, sin demostrar la debilidad que siempre mostraba cuando se encontraba bajo su dominio; eso ya nunca más.

—¡Mira que eres difícil! De todas, eres la única que me has llevado por la calle de la amargura —soltó él de golpe, tras alejarse de ella. Una vez que había dejado una distancia prudencial entre ambos, comenzó a manosearse el cabello castaño con nerviosismo—. No sé qué tienes que me haces perder la cabeza.

ACOSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora