Capítulo Diecisiete

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—¡Oh, vaya! Esperamos no haber interrumpido nada —dijo con un tono malicioso Sofía, cuya mano seguía sujetando la llave con la que acababa de abrir la puerta; Víctor, que hasta toparse con ellos estaba sonriente, la acompañaba, ahora con semblante serio—. Si eso, volvemos en otro momento —añadió la chica, que sonreía con complicidad mientras miraba a Claudia de manera triunfal, como diciéndole: "¿Ves?, ¡te lo dije!".

—No, no hace falta. Solamente he venido a darle un consejo a Claudia, nada más —se excusó el profesor, que desde que sus ojos se habían posado en V, no le había quitado el ojo de encima—. Además, yo ya me iba... —Desvió un segundo la mirada que tenía clavada en el muchacho, para mirar el reloj que portaba en la muñeca derecha. Tras hacerlo, volvió a centrar su dorada mirada en V—. Ya casi es la hora de acudir al punto de encuentro. —Dejó de taladrar con la mirada a Víctor para mirar primeramente a Sofía, y por último a Claudia, antes de decir—: No os demoréis mucho o se os hará tarde.

Sin añadir nada más, y dejando a Claudia sola ante el peligro —por decirlo de alguna manera—, salió por la puerta entreabierta, rumbo a la puerta de entrada donde ya casi toda la tropa estaba esperando. Sin embargo, antes le hizo un disimulado gesto a Víctor, que ninguna de las dos presentes supo interpretar.

—Gracias, V, por acompañarme —dijo Sofía, dirigiéndose Víctor, que no se había movido del vano de la puerta, solo lo justo para dejarle paso al profesor—. Me encuentro mucho mejor. Si me vuelvo a marear, tengo a Claudia aquí conmigo para cuidarme —argumentó, echándole un breve vistazo por encima del hombro a la aludida—. Luego nos vemos —le dijo al chico.

Le sonrió de manera coqueta y, tras darle un exagerado abrazo y guiñarle un ojo, se despidió. Víctor, que se había mantenido serio, callado y en todo momento con la mirada clavada en una sonrojada Claudia, se despidió con un simple gesto de cabeza y se fue tras los pasos del profesor.

—¿A que este chico es mono? —preguntó la pelirroja en cuanto se quedaron a solas.

—¡Qué pena que tú y él ya no estéis juntos! Aunque, bueno, mirándolo bien, eso, a las demás féminas, nos viene de perlas —comentó como en broma—. Así que... ¿prefieres a don Daniel antes que a Víctor?

Con los brazos cruzados sobre el pecho, el ceño fruncido y todavía ruborizada, respondió:

—Primero de todo, eso no es asunto tuyo, y segundo, no, no prefiero a ninguno de los dos. Como si te los quieres quedar a ambos para ti solita —dijo algo molesta, sobre todo por haber sido pillada a solas con el profesor. ¡Normal que su compañera de habitación sospechara que había algo entre los dos!

—Pues mira, me alegro por ti. Don Daniel, como ya te aconsejé ayer, no te conviene. Y V... Bueno, él es un chico difícil, rebelde, inalcanzable, poco aconsejable, sobre todo para una relación estable, la verdad... Él es típico chico para un rollo de una noche y no más... Por eso me alegra que lo dejes libre. —Se encogió de hombros, como restándole importancia a lo que estaba a punto de decir—. ¿Quién sabe? A lo mejor tengo suerte y consigo algo con él. Si ha vuelto a romper sus esquemas, como lleva casi dos años haciendo, ¿por qué no iba a hacer una excepción conmigo? Contigo lo acaba de hacer...

Claudia la miró esta vez más confundida, sin saber a qué se refería con eso de los esquemas de Víctor y qué tenía ella que ver con ellos.

—No te entiendo, ¿qué quieres decir con eso?

—¡Chica, llevas días viéndote con Víctor en plan rollo, ¿y ahora me vienes con que no sabes nada de él?! —preguntó la recién llegada, mientras sacaba de su neceser rojo unas pastillas y procedía a tomárselas—. Son para las bajadas de tensión, ¿sabes? Cuando me estreso o emociono en exceso, me dan bajadas y tengo que tomármelas o me desmayo —dijo a modo informativo, aunque nadie le había preguntado—. ¿Qué sabes de V?

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