Capítulo Veintidós

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—Buenas noches, señorita Claudia —la saludó Daniel desde el vano de la puerta recién abierta—. Sabía que al final optarías por venir —confesó, apartándose a un lado para así dejarle espacio libre y que pudiera pasar.

—Muy confiado eres, por lo que estoy viendo —dijo ella en respuesta, entrando en la habitación, que en esos momentos estaba iluminada de manera tenue.

—Bueno, en realidad no es que lo sea —rebatió, cerrando la puerta con llave tras su estela y guardándose las mismas en el bolsillo de los pantalones—. Sin embargo, sé que eres una chica lista y por eso confiaba en que harías lo correcto y acabarías apareciendo y aceptando mi invitación —apuntó él, dando un paso hacia ella, que se encontraba parada al lado de la entrada—. Celebro no haberme equivocado y que hayas venido... —le susurró al oído cuando la tuvo cerca.

Claudia no pudo evitar estremecerse cuando le habló tan cerca, haciéndole cosquillas. No obstante, se abstuvo de cambiar de posición. Si se alejaba o hacía algún movimiento extraño, podía darle a Daniel la impresión de que lo estaba rechazando, y eso no era favorable para lo que tenía en mente. Se suponía que estaba allí para seducirlo por voluntad propia.

—¿Y esto que llevas aquí? —preguntó él divertido, mientras señalaba el envoltorio del preservativo que ella aferraba contra el pecho.

La muchacha, que ya no se acordaba de que llevaba el anticonceptivo entre las manos, se ruborizó en respuesta. Luego, evitando mirarlo fijamente a los ojos, guardó el paquetito dentro del bolso. Viendo que el profesor no decía nada más, como si estuviera esperando una respuesta, y que tampoco se alejaba, dijo para romper el hielo:

—Bueno, don Daniel...

—Dany, por favor, si no te importa —la interrumpió, y acto seguido le retiró un fino mechón rubio de la frente, que se le había soltado de la coleta, para dejárselo tras la oreja.

—Como quieras, Dany —se corrigió, sobre todo para tenerlo contento—. Creo que, a estas alturas, no hace falta que te diga qué uso se le da a..., a..., a eso —dijo finalmente medio tartamudeando, ya que la pobre se estaba poniendo por momentos más nerviosa.

—Ciertamente... La cuestión, en realidad, es... ¿piensas dármelo? ¿Tienes intenciones de usarlo? —Esta vez la obligó a que le mantuviera la mirada, ya que le había cogido del mentón y girado la cabeza lo suficiente para que ambos rostros quedaran cara a cara.

—Bueno..., eso depende de cómo avance la noche, ¿no crees? —preguntó ella coqueta, siguiéndole el juego—. ¿Hace calor aquí o es cosa mía? —comentó segundos después, tras haberse alejado un poco de él, ya que comenzaba a sentirse incómoda.

—En realidad, yo me encuentro bien —respondió él, encogiéndose de hombros y acercándose segundos después al mando del aire acondicionado para comprobar la temperatura—. Estamos a veintiocho grados —le informó tras comprobarlo. Luego se apoyó en la pared, a un metro de ella, mientras la estudiaba con interés. Demorándose más de lo conveniente en sus largas y esbeltas piernas, dijo divertido—: Lo mismo es tu temperatura corporal la que está más alta de la cuenta.

«Sí que lo estoy. Estoy caliente, pero no por las razones que tú crees, ¡pederasta manipulador!», pensó ella, molesta. Sin embargo, no demostró su incomodidad, sino todo lo contrario: bajó la mirada con timidez, aparentando estar avergonzada, como si él la hubiera pillado in fraganti haciendo algo malo.

—¿Qué tal si salimos un rato al balcón? —preguntó Claudia, queriendo llevarlo a su terreno y terminar de una vez con el plan que estaba ya en marcha.

Daniel, que finalmente había terminado de comérsela con la mirada, ansioso por verla sin ese escueto vestido, asintió.

—Por aquí —le indicó con un gesto de la mano, incitándola a que se adelantara y fuera delante de él.

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