Capítulo Veinte

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Víctor, que no daba crédito a lo que veía y a las palabras que había pronunciado Claudia, dijo, tras unos segundos de silencio:

—¿Estás segura de que es eso lo que deseas? —Sin dejarle tiempo a que respondiera, realizó una nueva pregunta—: Pero... ¿tú sabes lo que me estás pidiendo?

La muchacha, quien apenas había alzado la mirada del suelo para mirarlo mientras le hablaba, solamente se limitó a asentir con la cabeza, temiendo no encontrar la voz si se atrevía a pronunciar palabra.

—Claudia, esto es una cosa bastante seria, y una vez hecho, no se podrá deshacer, ¿lo comprendes?

—Sí, y aun así, quiero seguir adelante con esto —musitó ella, todavía cohibida y temblando de expectación.

—¿Y por qué quieres esto?, ¿por qué ahora? —quiso saber él, que la miraba con seriedad mientras apoyaba un grueso hombro en la puerta, ahora cerrada, y se mantenía con los brazos cruzados a la altura del pecho—. ¿Acaso tiene algo que ver tu cambio con el asunto de don Daniel?

Ella no respondió nada, ya que no sabía cómo decirle sin resultar una fresca que deseaba yacer con él por puro deseo y lujuria.

Víctor, viendo que no respondía nada, dijo:

—¿Sabes?, el que calla, otorga... —Se apartó de la puerta y procedió a abrirla. Tras alejarse para dejar la salida libre, añadió—: Anda, regresa a tu habitación y acuéstate. Mañana nos espera un día largo.

—¿Me estás rechazando? —preguntó ella incrédula. Una vez que había reaccionado al ver a V invitándola a salir para que se marchara de allí, se había puesto las pilas.

Víctor suspiró con cansancio y, sin moverse un ápice, le dijo:

—Claudia, el día en el que nos acostemos tú y yo, será cuando tú lo desees de corazón, no movida por otros motivos.

La muchacha alzó la vista y la clavó en la de Víctor, que la miraba con ternura y una pizca de resignación.

—Estoy aquí porque quiero justamente eso: entregarme a ti de corazón. En esta importante decisión poco tiene que ver Daniel —le confesó al fin, sin moverse del sitio en el que se había estado parada desde su llegada.

V, que se había mantenido impasible al lado del marco de la puerta, reaccionó, cerrándola con suavidad. Una vez que lo hubo hecho, se giró y enfrentó la azulada y tímida mirada de Claudia.

—Esta será la última vez que te lo pregunte, muñeca. Espero que elijas bien la respuesta, porque una vez que la pronuncies, no habrá marcha atrás —la advirtió mientras se acercaba un poco más a ella.

La vio tragar saliva mientras se mantenía firme y en silencio, esperando a que él soltara la pregunta. Pregunta que no se hizo de rogar:

—¿Estás segura de que quieres que esta noche, en este instante, te haga mía?

Ahora, el muchacho estaba a menos de veinte centímetros de distancia de donde se encontraba ella, temblorosa y nerviosa.

—Lo estoy. Quiero que me hagas mujer —susurró con un brillo reluciente en la mirada y con el mentón levantado en señal de confianza. Ella quería que a él le quedara claro que estaba totalmente segura y que era eso lo que deseaba.

—Sabes que llevo tiempo queriendo hacerlo —convino él mientras alzaba una de sus manazas y le acariciaba la mejilla con ternura—, como también sabes que soy una persona dominante... ¿Podrás con eso? —Ella cambió su mirada, que pasó a tener un tono de confusión, como si no entendiera muy bien qué quería decirle con eso—. Una vez que hayas aceptado ser mía, seré exigente, mandón y controlador, ya que me gusta llevar la voz cantante en mis relaciones. Y cuando te hayas adaptado a mi invasión, te daré duro, como a mí me gusta. La pregunta es: ¿Serás capaz de aguantarlo y seguir con mi ritmo salvaje?

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