Capítulo Dos

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Con resignación, Claudia volvió a tomar posesión de su antiguo pupitre, el mismo que la acercaría más todavía a esos acosadores. No le quedaba otra, si no, se vería obligada a soportar sus acosos fuera del aula. El miedo le impedía pensar con claridad, la bloqueaba. Así que decidió esperar a ver cómo iban las cosas antes de denunciar, ya que, de momento, las mismas no habían alcanzado niveles preocupantes. Aunque si la cosa se agravaba y se ponía más difícil, fijo que se iría de la lengua sin vacilar, para protegerse y ponerle frenos al asunto. Pero hasta que eso no pasara, hasta que las cosas no se pusieran realmente feas, aguantaría el chaparrón. Con eso en mente, y con mucho esfuerzo, se centró en las lecciones que quedaban hasta que llegara la hora de regresar a casa. Aunque V y sus amiguitos no paraban de agobiarla, susurrándole guarradas del tipo "no tienes ni idea de lo que le haría a ese culito tan lindo que tienes", logró terminar la mañana sin perder el hilo de las asignaturas.

Con una sonora campanada, la hora del final de la jornada escolar fue anunciada. Con mucha prisa, Claudia recogió sus cosas y salió del aula como alma que lleva al diablo. Pronto alcanzó su moto y se largó del recinto, rezando para no tropezarse con los "indeseables" y llegar a casa.

El resto del día lo pasó con su madrastra, acompañándola a ir de compras y a la peluquería. Así transcurrió el resto de la semana: yendo todos los días al instituto, aguantando el acoso de V y sus colegas, estudiando lo poco que le dejaban estudiar entre tantas interrupciones y pasando el resto del día con Clarisa, su madrastra.

A su padre apenas lo veía, pues Carlos se pasaba todo el día trabajando de portero en un hotel de cuatro estrellas. Tras pasar tanto tiempo con Clarisa, Claudia descubrió que tenía un hijo de su misma edad, fruto de su primer matrimonio. Apenas tenía contacto con él, ya que cuando ella abandonó el hogar, no lo hizo en los mejores términos. No se hablaba con su ex, Fernando, y su hijo nunca le perdonó que los abandonará para irse con Carlos, por eso no quiso saber nada de ella. Por esa razón, para satisfacerle, había mantenido estos tres últimos años las distancias entre ellos.

A Claudia, todo ese asunto le daba un poco de lástima, pues Clarisa parecía una buena mujer, una que no se merecía un trato así. La pobre no tenía culpa de haberse enamorado de otro ni de que su felicidad no estuviera junto a Fernando. La cuestión era que, ahora, había pasado a ser parte importante en su vida, y eso era lo único que le importaba a la joven. Se propuso no preguntar más por la antigua vida de la mujer, así como tampoco habló de la suya propia.

Al fin llegó el lunes tras un fin de semana tranquilo. Y con mucha desgana, además de entristecida por la lluvia de acosos y molestias que iba a recibir una vez que estuviera otra vez al alcance del quinteto, Claudia regresó a clase y se sentó en su sitio. Daniel, que había entrado casi a la misma vez que ella, le dirigió una sonrisa antes de ponerse con la tarea de pasar lista. En cuanto terminó, el hombre se puso en pie y se dirigió a su expectante público:

—Escuchadme, chicos. —Alzó la voz tras apoyar su retaguardia en el canto de su escritorio, a la vez que cruzaba los tobillos y los brazos delante del pecho—. Tras varios días de organización y hablarlo mucho con el resto del profesorado, todos hemos llegado a un acuerdo sobre el lugar de destino para el viaje de fin de curso de este año. —Ahora sí que consiguió que todos, incluido el quinteto, enmudecieran y prestaran atención—. Voy a repartiros a cada uno los papeles con toda la información necesaria sobre el viaje, además de la autorización para que la firmen vuestros padres.

Acto seguido, nada más decir eso, tomó el montón de folios que tenía apilados sobre el escritorio y se puso en pie para comenzar a repartirlos. Mientras lo hacía, seguía hablando sobre el tema:

—El lugar seleccionado para tal viaje es Las Palmas de Gran Canaria. Iremos en avión y el vuelo saldrá dentro de una semana, o sea, el lunes que viene. El viernes de esa misma semana, estaremos de regreso. —Daniel siguió repartiendo los documentos sin parar de hablar—: El coste total de los cinco días de estancia allí, cuatro noches en un hotel de cuatro estrellas con todo incluido y los vuelos de ida y vuelta asciende a un total de trescientos euros. Tenéis cuarenta y ocho horas para confirmar vuestra asistencia, ya que el miércoles a última hora es el último día para que me entreguéis la autorización firmada y el dinero.

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