Capítulo Seis

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Una vez que estuvieron todos los alumnos sentados, entró de nuevo el profesor don Daniel; como ocurría todos los miércoles, que era cuando tenían doble sesión intercalada de Matemáticas.

—Bien, esta mañana a primera hora, como habéis visto, le hemos dado un repaso al temario de este trimestre que hemos estrenado. Ahora toca hacer un examen sorpresa para comprobar si todo lo que os he ido enseñando durante estas dos últimas semanas lo habéis aprendido. —No hubo un solo alumno en toda la clase que no comenzara a quejarse tras las palabras del profesor; a ninguno le hacía gracia tener que hacer un control sorpresa sin previo aviso—. Voy a repartiros el examen, y como ya sabéis, en silencio responderéis a las preguntas. Solamente se permite sobre los pupitres la presencia del bolígrafo y la calculadora científica.

Dicho eso, se acercó a la primera mesa con los folios en la mano y comenzó a repartirlos. Cuando le llegó el turno a Claudia, estaba que casi le daba algo de lo ansiosa que se encontraba. Si sus nervios no habían sufrido bastante con el numerito obsceno que le acababa de montar V, ahora, con la inminente prueba que tenía que realizar, los tenía por las nubes. Estaban tan agitados que hasta se le revolvió el estómago. Hizo un gran esfuerzo y, tras tragarse la bilis, procedió a realizar el examen.

Apenas pudo concentrarse porque estaba sentada con el culo al aire, por decirlo de alguna manera; aunque en realidad no se le veía nada. Pero eso de ser consciente de que cinco de sus compañeros sabían que no llevaba ropa interior la hacía sentirse expuesta, desnuda, observada e incómoda, y sumado a que los ejercicios a realizar eran los más difíciles de todo el temario, estaba que no atinaba una. Por eso, cuarenta y cinco minutos después, el folio con las cinco preguntas del control seguía prácticamente en blanco; prácticamente en blanco porque, aunque no había respondido ninguna de las preguntas, el papel estaba lleno de tachones, clara señal de su indecisión.

Don Daniel se puso de nuevo en pie tras haber estado sentado en su mesa, pendiente del desarrollo de la hora lectiva, hasta que comprobó que ya era hora de ponerle fin al asunto. Se acercó una vez más al pupitre que tenía más a mano y procedió a recoger los exámenes. Cuando le echó un vistazo por encima al de Claudia, que estaba cabizbaja, ruborizada y sabedora del lamentable estado de su prueba, hizo un gesto pesaroso con la cabeza y, tras suspirar, continuó con la recogida.

El resto de la mañana fue más o menos igual, no mejoró en absoluto, así como tampoco el estado de ánimo de Claudia. Solamente el timbre que anunciaba el fin de la jornada escolar consiguió robarle un suspiro de alivio.

Como un resorte, recogió sus cosas. Sin perder tiempo se montó en su moto, con mucho cuidado de que no se le levantara la falda, y se fue directa a casa. En cuanto llegó, lo primero que hizo fue ir a su habitación a ponerse un tanga limpio. Luego bajó a comer, ya que no quería hacer esperar más a su madrastra.

Comió en un tiempo récord y, tras ayudar a Clarisa a recoger la cocina, regresó a su dormitorio. Una vez allí, cogió el teléfono móvil de la mochila y, dejándose caer a plomo sobre la cama, procedió a llamar a su amiga Marina, tal como le prometió la noche anterior que haría.

Al tercer toque, descolgaron desde la otra línea.

—¿Sí?

—Hola, Marina, soy Claudia...

—¡Claudia! ¡Qué alegría saber de ti! ¿Qué te cuentas, reina? ¿Todo bien por allí?

Marina era así: cuando cogía carrerilla, ¡no había quien la parase!

—Bueno, con mi padre y su mujer todo muy bien... Mejor de lo que esperaba —reconoció.

—Me alegra oírte decir eso... Y dime, ¿qué tal en tu nuevo instituto? ¿Te has echado ya una nueva amiga?

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