Capítulo Trece

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Aunque en un principio Claudia se había quedado bloqueada, al encontrarse con Daniel pegado a sus labios, pidiéndole permiso para poder asediar su boca con su hambrienta lengua, acabó finalmente colaborando en aquel apasionado beso que lo decía todo sin palabras. Su lengua, menos experta, tanteó con timidez la de él, mucho más versada y madura. Ambas bailaron al compás de la otra, enroscándose, acariciándose, saboreándose y fundiéndose entre ellas, formando una sola.

Era tal la unión, que a simple vista era difícil saber cuándo comenzaba una y terminaba la otra. Tras varios minutos, en los que ambas bocas estuvieron conectadas con énfasis, llegó el momento de la separación, ya que había que llenar los pulmones de oxígeno. Con las respiraciones agitadas, jadeos atascados, pupilas dilatadas de deseo, corazones desbocados y las pulsaciones a mil, los dos se miraron con intensidad y en silencio.

Ninguno dijo nada y se mantuvieron observándose el uno al otro, midiendo la reacción de cada uno tras el profundo beso recién compartido. Ajenos al caos que los rodeaba y al traqueteo del avión que no paraba de sacudirse, los dos se mantuvieron unidos por medio de la intensa mirada que compartían.

—Yo..., yo... No sé qué decir —balbuceó Claudia, incómoda con la tensión reinante que se había producido entre ellos.

—Simplemente, no digas nada.

Y sin más, volvió a atraerla hacia él para besarla de nuevo. Esta vez lo hizo con calma, saboreando cada rincón de la boca femenina. Se deleitó con su sabor y su textura. Chupó, mordisqueó, absorbió y jugó con la lengua de Claudia.

Ella, que se sentía flotar, se dejó hacer mientras el ya conocido nudo de excitación crecía por momentos en su bajo vientre. La muchacha, sintiendo cómo humedecía las bragas, ansiosa por llegar más lejos con Daniel, era feliz sabiendo que él estaba interesado en ella, tal como pensó en un primer momento. Sabedora de lo afortunada que era al encontrarse con su amor correspondido, posó sus pequeñas manos sobre la cabellera morena del hombre. Tras hundir sus finos dedos entre los gruesos cabellos, hizo presión para pegar más todavía la cabeza de él a la suya, ya que quería sentirlo clavado en su piel.

La voz de la azafata de turno anunciando por los altavoces que habían salido de la tormenta y que todo estaba bien, para que nadie se preocupara e interesándose por si había algún herido, rompió la magia del momento. Con las respiraciones nuevamente trabajosas, los labios hinchados y jadeando, Daniel y Claudia se separaron. Ambos, tras tomar aire sonoramente, se dejaron caer sobre los respaldos de sus asientos y, satisfechos después del doble beso apasionado, cerraron los ojos para tranquilizarse, ya que era hora de bajar el nivel cardíaco.

—Y ahora, ¿qué ocurrirá entre nosotros? —se atrevió a preguntar la joven, consciente de lo que había pasado cuando ambos creyeron que no saldrían de esa con vida.

—No lo sé, la verdad —confesó el hombre con nerviosismo. Se amasó el pelo, dejándolo preciosamente despeinado—. Me imagino que tendremos que guardar las apariencias hasta que termine el curso, al menos —reconoció tras apretarse el puente de la nariz—. Tan solo faltan dos meses. Entonces dejaré de ser tu tutor y podremos mantener una relación, si es eso lo que deseas...

La miró fijamente a los ojos, esperando una respuesta, mientras rezaba mentalmente porque fuera positiva.

—Estaré encantada, señor Daniel —respondió ella con una sonrisa boba dibujada en el rostro.

Sin embargo, cuando el recuerdo de V pasó por su mente, el semblante le cambió. No obstante, se dijo que cuando terminaran las clases, y por lo tanto el instituto, dejaría de estar bajo la influencia del chico y sería de nuevo completamente libre.

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