[12] Los herejes de Casterly

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DOCE: LOS HEREJES DE CASTERLY

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El dolor vuelve a quitarme el aire, me deja sin movilidad alguna.

Bajar las escaleras del corredor se torna todo un desafío. Apoyo una mano en la pared para no perder el poco equilibrio que tengo y camino tan rápido como puedo hacia el departamento principal de la academia. La sangre me empapa la mano izquierda que utilizo como tapón para detener la hemorragia.

La camisa blanca se empapa de sangre, ésta cae en forma de gotas al suelo. Detrás de mí, sobre las escaleras marcando mis propios pasos, el rojo carmesí le sirve de guía al enemigo para encontrarme.

Matarán a alguien esta noche y si no logro detenerlos la culpa me carcomerá las entrañas por no haber hecho nada para impedirlo.

Varias miradas se posan sobre mí y el reguero de sangre sobre el suelo de piedra. Cruzo las compuertas de la gran sala, donde las escaleras dobles están atestadas de estudiantes uniformados que suben y bajan los peldaños a toda velocidad.

Entre ellos está Dexter.

Reparte folletos a los estudiantes acompañado de Nicholas Masson, quien le habla apasionadamente como si fueran amigos de toda la vida. Nic gesticula con las manos. Está nervioso, lo conozco a la perfección. Cuando mueve las manos y las piernas a esa velocidad, solo hay dos opciones: o está ansioso o está nervioso.

Dexter le lleva media cabeza de altura, aunque Nic es de hombros anchos y espalda recta, mucho más guapo que él. El cabello le cae a un costado sobre la frente, tan oscuro como la noche misma.

Le devuelve el saludo a una de las chicas que pasa a su lado. Ella, de rostro tallado por los mismísimos dioses, de falda y piernas largas, le guiña un ojo y le hace una señal incitándolo a que le mande un mensaje.

Mientras tanto, Dexter se mueve de un lado a otro con parsimonia, reparte volantes como si no hubiera amenazado a un estudiante minutos antes.

—Nic...

A paso rápido acorto la distancia entre los tres.

Mierda, la herida sangra demasiado, el reguero rojo que dejo sobre mis pasos levanta miradas curiosas. Las vendas comienzan a picar allí donde los puntos se desprenden. Aprieto sobre ellas una vez más para detener el sangrado, pero solo consigo mancharme las manos más de la cuenta.

Dexter sonríe, su carcajada retumba en las paredes de la gran sala. Si tuviera el valor que se necesita para clavarle un cuchillo en la cabeza, lo haría. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? Ya no puedo verlo de la misma forma, no después de escuchar sus crueles palabras.

Un estudiante acepta el folleto que le ofrece; unos pasos más adelante, lo estruja en una bola de papel y lo tira a un lado. Dexter se muerde los labios y frunce el ceño, camina hacia el punto en el que el chico arrojó el papel y lo levanta. Es entonces cuando me observa.

Retrocede, aplana el papel para devolver su forma original, le toca el brazo a Nic y se inclina para susurrarle algo al oído. Él da media vuelta. La sonrisa se le desdibuja en el rostro, corre hacia mí para sostenerme con fuerza, nota la sangre en mis manos, luego la camisa teñida de rojo.

—¿Qué te pasó? ¿Quién te...? ¿Quién te hizo esto?

—Aléjate de él—tiro de su mano para ubicarlo detrás de mí. No permitiré que Dexter lo amenace a él también. Mi voz sale cargada de odio—. Nic, no te acerques a Dexter, no es lo que dice ser.

—Marlot, tu camisa—implora.

—Lo sé.

—Debemos llevarte a la enfermería, los puntos se abrieron. Pueden infectarte si no los cierran.

Legado Carmesí [Academia para Asesinos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora