[13] Una cuota de valentía y dos de estupidez

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13: UNA CUOTA DE VALENTÍA Y DOS DE ESTUPIDEZ

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El atardecer llega a las seis de la tarde, y con él, la brisa gélida de la noche enfría hasta los rincones más calientes de las habitaciones. El sol no es más que una lámina anaranjada al oeste del castillo.

Los corredores se vacían, los uniformes se reemplazan por ropa cómoda y abrigada, y las antorchas se encienden para iluminar los pasillos. El bosque se convierte en un manto negruzco que amenaza con devorar a la academia por completo.

La primera fila de árboles está decorada con luces navideñas que se enroscan en los troncos cual serpientes. Las gárgolas son nuestra mayor defensa, listas para ahuyentar al enemigo con sus garras y colmillos si la ocasión lo requiere.

El campo de protección se activó. Desde aquí, a unos doscientos metros de distancia, alcanzo a ver el domo translúcido que brilla como si fuera agua. Y más allá de él, en la distancia, las estrellas titilan en el cielo con vida propia.

Casi puedo formar una constelación imaginaria de mi hogar, mi verdadero hogar: mamá preparando el desayuno y mi padre sentado en torno a la mesa disfrutando de los titulares del diario dominguero.

Recuerdo cuando solía escaparme los fines de semanas con mis amigos a la plazoleta del pueblo, en Petra, donde los sábados por la noche se armaban bailes improvisados a los pies de heladerías y restaurantes, y la gente danzaba con las copas de vino en mano. En ese momento, lo único en lo que pensaba era en que mis padres no descubrieran las almohadas que había dejado bajo las sábanas tras escapar por la ventana.

La brisa nocturna escala por mis piernas, congela cada músculo de mi cuerpo hasta traspasar la tela de mis pantalones oscuros.

Aseguré el vendaje con varias capas de cinta hipoalergénica para que ningún movimiento brusco pueda interferir en el asunto.

Sería una calamidad tensar el arco y que los puntos se abrieran por segunda vez en el día.

No puedo correr ese riesgo.

De pronto, los jóvenes reunidos en el patio se convierten en depredadores. Están aquí, siguen nuestros movimientos como si fueran a atacarnos en cualquier momento.

Superan los cuarenta par de ojos que se fijan en nosotras a los pies de la entrada del patio. Escucho mi nombre por algún lado. ¿Es el viento diciéndome que huya antes de que empiece el espectáculo? ¿O es la de Dexter murmurando mi nombre en una advertencia?

Los depredadores no son más que potenciales enemigos, no les tengo miedo porque sé que no me cazarán. El verdadero enemigo está aquí, por alguna parte. Pasa desapercibido gracias a su segunda personalidad como el supervisor del ala oeste de los chicos.

—No le bastó con matar al padre de Will y por eso acabó con toda la familia—habla alguien en la multitud.

—Pobre Ash, no merecía terminar así.

El murmullo nos intercepta al bajar los peldaños que separan la piedra del pasto verdoso.

—¡Damon tiene que ganar! ¡Esa perra no tiene que estar aquí!

Como supuse, no soy la favorita.

Aferro el mango del arco con fuerza, tomo una bocanada de aire para enfriar los nervios que me carcomen las entrañas, y lo suelto segundos después aflojando el nudo que me impide hablar.

—Bueno—exclama Ramsey a mi lado—. Hay que ver siempre el lado positivo, si le ganas a Damon esta noche, será tu esclavo.

Las reglas son simples. Si él gana, paso a formar parte de su grupo de sirvientes. Por el contrario, si yo obtengo la victoria, me dejará en paz y será mi lacayo.

Legado Carmesí [Academia para Asesinos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora