ᴜɴᴀ ᴇɴ ᴅɪᴇᴢ ᴍɪʟʟᴏɴᴇꜱ

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Los días para Adara se volvieron tediosos al punto de esconderse para tener paz, algunas veces visitaba el jardín escondido y solo se quedaba sentada en el columpio que colgaba de un árbol, su mente siempre tenía a Kellen rondando en ella. Se sentía sola. En las noches, tal como Kellen le había pedido en una carta ella miraba la Luna y pedía un deseo.

Deseaba tanto que volviera su alfa.

Y en este momento más. Adara había vagado por la noche en los pasillos de la villa, por fin estaba completamente sola, ya no había extraños dentro, la semana de visitas se había acabado y solo en la casa estaban la señorita Amelia y ella, aparte de la seguridad y servidumbre.

Un dolor comenzaba a invadirla, era un dolor agudo. Bajaba por su abdomen hacia su intimidad siendo insoportable para ella, que camino buscando a su alfa entre lágrimas, tenía miedo. No sabía que su celo empezaba, siendo que nunca había tenido uno. Llegando a la alcoba de Kellen ese aroma a hogar la envolvía aliviando un poco el dolor, algo momentáneo.

No esperaba que ese mismo aroma la pusiera ansiosa mientras su cuerpo se estremecía, su mente comenzaba a ilusionar con la presencia de él. De su alfa. Y la noche se volvió más insoportable para ella, no sabía bien que ocurría con su cuerpo y eso la ponía en una incertidumbre.

Ningún guardia dentro de la villa vio cuando Adara camino por los pasillos, ella conocía bien el cambio de posiciones y sabía bien cuando podía salir, Kellen se lo enseño.

Pero eso fue un problema, cuando a primera hora de la mañana Dalia comenzó a hacer un alboroto porque su señora no estaba en su alcoba.

El tiempo no fue suficiente cuando la noticia llego a Amelia que sin duda alguna comenzó a dar órdenes para encontrarla, miles de escenarios pasaban por su mente, ella conocía del peligro que conlleva ser pareja de su hijo.

Cientos de enemigos se esconden en las sombras esperando un punto bajo para atacar. Y la omega era perfecta para poder hacerle daño a alguien que parece no tener ningún sentimiento a la hora de matar con mano fría a otros.

Aun cuando está solo salió bajo un instinto nuevo e intrusivo, parecía que nadie estuvo al pendiente y eso causaba miedo dentro de Amelia. ¿Qué haría si no encontraba a Adara?

La cabeza le daba vueltas al punto que su alma pronto saldría de su cuerpo, su niña no sabía el peligro que existía, no importa cuánto intentara cuidarla siempre algo sucedía. Y cuando pensó que todo estaba acabando con ella, entre la multitud de guardias que inspeccionaba cada rincón de la casa apareció lo que podía ser su salvación

— ¡Larissa, querida! —grito al ver a la joven pelirroja quien clavo sus ojos verdes en Amelia—. Qué bueno que hayas llegado a salvó —.

— ¿Que sucede, mi señora? —.

Mon OmégaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora