Capítulo 9: A Son de Mar

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Ante la sorpresa de los vecinos, el castillo en medio de los limoneros tuvo movimiento desde temprano pero no con el acostumbrado batifondo de revisiones de mercancías y os propios negocios del maese sino que con una mudanza. Unos pocos muebles, unas cuantas prendas, ¿por qué el más joven de los vecinos cambiaba de casa? Las mujeres se daban de codazos en la esquina murmurando entre ellas, riéndose porque por fin se libraban del pelirrojo que atraía las marejadas con su propia mala suerte, un dicho que se hizo popular tras la desgracia de cinco años atrás en las que, por falta de táctica del rey Elon, justamente pelirrojo, Selili fue incendiado hasta la última rama de las viñas, siendo, lo que quedaba de él, cuidado medrosamente.

Orel cruzaba los brazos anudando sus cejas, le ardían las manos de deseo de palmotear a las viejas chismosas pero estaba ocupado ayudando a guardar un cofre en la carreta junto a otros siervos que lamentaban quedarse sin su amo pues le conocían desde que usaba pañales y no soportaban la idea de que ya fuese un varón próximo a desposarse. Las más viejecitas se afirmaban en el hombro de "su niño" cantándole parabienes al tanto los viejos le apuraban porque, de no hacerlo, ellos se pondrían a llorar también. Sabían que Elya se mudaría a unos minutos de distancia pero aun así, no soportaban verle y le ayudaban a empacar de mala gana. Se tiraban las suertes para ver quién podía seguirle sirviendo y quien se quedaba en el castillo cuando Elya se apartó a revisar un cofre especial que él mismo armó. No deseaba que nadie husmeara en ese cofre por lo que puso en él candado especial con clave y mecanismo que sólo se activaba con su anillo. Envolvió en seda una bitácora tan vieja que de soplar en ella se desarmaría y así también, un espada de ónice, o al menos eso parecía a simple vista pues ninguna espada tendría un diseño en la hoja que le permitiera quedar atascada en el enemigo. Elya envolvió los objetos en la misma seda de pálido turquesa escondiéndoles en aquel cofre junto a otros documentos, sellos y joyas que podrían comprar el palacio real en un antojo deliberado.

Así Elya y Orel se mudaron, no sin antes despedirse de besos y abrazos de los siervos sacudiendo sus pañuelos en el aire.

Ah, el palacio estaría vacío sin los niños pero era hora de asumir que su compañía no sería eterna.

El amo de llaves se quedó en el pórtico un instante, se quedó mirando el carruaje donde sus jóvenes amos iban a un nuevo capítulo de sus vidas tras ser adoptados por un mentor que ciertamente les podría dar un mejor futuro, una mejor fama.

Ingresaba a la morada cuando de la esquina contraria apareció el hijo mayor de Galaad, en uniforme de Cadete; quien, como acostumbraba, no dio saludó ni palabra alguna sino una breve reverencia, pues estaba apurado; entregando documento al amo de llaves antes de desaparecer. Se encaramó en un barril, se tomó de una enredadera y se fue corriendo por los tejados aplanados de las casas pues debía llegar antes que Elya al internado de la Academia de donde se había escapado para entregar los papeles y debía apurarse puesto que su hermano no podía sostener por más tiempo el disfraz. Si, estaba por empezar la clase y Ed estaba pretendiendo ser Edi al pintarse un lunar en el pómulo con una tinta sacaba de la enfermería, donde él debía presentarse a su propia clase de horario flexible.

Tamborileaba los dedos en la mesa, Elya, el instructor de aquella mañana; arqueó una ceja pues Edi no solía hacer ruido. Estaba por agarrarle el hombro a Ed cuando el chiquillo se levantó casual hacia la ventana donde divisó a su hermano treparse por los adoquines de la torre conectando las aulas. Edi se deslizó por la ventana y trotó por el corredor encontrándose a su hermano quien le abrazó como si llevara meses sin verle.

—¡Menos mal, ya no aguantaba un segundo! Apura que el Elya ya me descubrió...

—Algo hiciste, bruto.

—Ay no, de verdad que no hice nada de nada, ¡estaba yo calladito! Y hasta puse cara de estar harto de la vida, y me pinté ojeras de trasnoche también—Ed se fregó el rostro con un paño húmedo escondido en su morral a la cadera—Yo no sé cómo se dio cuenta pero bueno, eso lo hablamos después. Antes de unirme a los ejercicios de hoy tengo que pasar a la enfermería a reportarme con el maestro Leien a recoger unos libros que me prestará para el próximo examen—Ed trago aire, agarrándose en los hombros de su hermano—¡Ya voy a comenzar con prácticas en el hospital! Qué nervios Edito, ¿y si mando a alguien al panteón?

Cuentos de Cielo y Mar: Shipwrecked 🌊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora