Orel procuró en apurarse en sus menesteres con tal de llegar primero a la revista pero Elya le relajaba una y otra vez hasta conseguir que el chiquillo aminorara el paso, permitiendo que el cochero les llevara a su ritmo al palacio que ejercía como la Escuela de Caballeros. Construido anguloso y más cercano a fortaleza que a morada, el internado constituía la mitad de sus actividades, para muchachos de otras partes de Selili cuyos padres pudiesen costear la educación más exquisita del reino; mas Elya prescindían del internado pues su labor ya estaba enfocada a la enseñanza de los jóvenes Cadetes.
El patio interno ocupaba el centro principal donde niños desde los seis años jugaban, a veces entreteniéndose con muchachos de la edad de Orel o un poco mayores, como los hijos de Galaad; y en ocasiones agendadas, el patio servía para entrenamientos o ensayos de desfile, más en raro momento pues para estas escenas existían otros patios más pequeños y privados. En más de una ocasión, uno que otro alumno rebelde o sin talento intentó escalar los muros y escapar, con resultados desastrosos, uno que otro hueso roto y una factura grosera de la enfermería. A razón de esto, Orel no intentaba tamaña idiotez, aunque tenía clases que detestaba, era mejor aguantar y quedarse allí porque si no, era probable que con Elya le fuera peor pues él ya estaba en tercer año y parte de sus deberes en la Escuela era ejercer pasantías, lo que significaba ser profesor de los de primer y segundo año.
Y eso también anexaba agarrar a cinturonazos por el trasero a los que no obedecían, siendo esa una especialidad altamente dominada por el pelirrojo.
Y a pesar de tales anécdotas, Orel puso los pies en el atrio quedándose allí extasiado tras no ver la Escuela por tres años y medio. Se sentía diferente, en parte porque era más alto y podía ver los cuadros conmemorativos de las generaciones de egresados anteriores. El niño se quedó en el atrio al tanto la recepcionista, una noble viuda de hace veinte años; le observaba risueña como si fuera el primer chiquillo que veía cruzar el umbral. Entonces entró Elya y la mujer no dudó en dejar su mesón para afirmarse en el hombro del joven, a quien admiró de pies a cabeza pues era muy alto en relación a cómo le recordaba y no lo podía creer pues tanto tiempo no había pasado. Elya se rascaba la nuca sintiéndose cada vez más colorado, sonreía poniendo al tanto a la señora de todos las peripecias que se viven en el Alba Calypso en un viaje hacia tierras extrañas donde el idioma era la barrera más terrible. Al tanto la viuda de Mora asentía con grandes ojos, Orel recorría el pasillo principal observando los rincones que por tres años y medio sólo vivieron en su recuerdo.
Una vez la señora se dio cuenta de que les quitaba tiempo a los niños, como le decía a cada joven sin importan cuan barbón fuese; les señaló que en patio principal estaban todos reunidos para la revista y ciertamente, era algo que la señora no se quería perder por lo que puso un cartelito de "vuelvo pronto" en su mesón porque los uniformes de los caballeros eran maravillosos, celestiales podría decirse pues relucían con la mínima luz del día.
Al avanzar por el corredor se encontraron con el viejo Pedro, el campanil más puntual de Selili y quien limpiaba los muebles de las salas de clase. Orel corrió a abrazarle y fue correspondido con un beso en la frente por el viejo ya medio ciego por la edad. Se ocupó de su deber y la campana retumbó anunciando el reposo intermedio entre las clases de los más pequeños, quienes sólo recibían instrucción teórica en las aulas.
Fue en ese revoltijo de muchachitos que Orel divisó a la distancia a un jovencito de segundo año, reconocido por tener los cabellos rizados como los de una muñeca de porcelana; a quien gritó hasta desgañitarse. El jovencito giró raudo y con él fueron otros cuatro chiquillos a reencontrarse con el amado Orel.
Entre abrazos y gritos, los jóvenes ni se percataron de su superior cruzado de brazos que sonreía sin ánimo de hablar pues eso implicaría admitir que les había extrañado y no quería ponerse meloso pues sabía que iba a llorar. Elya se quedó mudo, observó a los chiquillos de pie a cabeza reconociéndoles fácilmente pues sólo habían crecido pero tenían el mismo rostro lozano, la mayoría de ellos bronceados por la vida al aire libre. Excepto por uno, que era blanco y siempre tenía la nariz rojiza por la insolación y ese era el tal Archi, el chiquillo de los rizos de muñeca.
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Cuentos de Cielo y Mar: Shipwrecked 🌊
Dla nastolatkówEn un mundo marcado por la traición y el destino, Elya y Orel, dos jóvenes ligados por la sangre pero separados por secretos, arriban al reino de Selili, a bordo del Alba Calypso. Con Elya como protector y mentor de Orel, los dos deben enfrentarse...