En un mundo marcado por la traición y el destino, Elya y Orel, dos jóvenes ligados por la sangre pero separados por secretos, arriban al reino de Selili, a bordo del Alba Calypso. Con Elya como protector y mentor de Orel, los dos deben enfrentarse...
Los amigos se despidieron con abrazos y promesas de volver a verse pronto. El sonido de la música y las risas todavía se podía escuchar en algunos callejones mientras los mercaderes iniciaban su faena acostumbrada.
La noche fue una mezcla de alegría, bailes y bebidas. La ciudad se despertó lenta con la resaca de la fiesta, pero también con la alegría y satisfacción de haber compartido una buena noche.
Mientras tanto, en los palacios, los invitados se quitaron sus zapatos acostándose en sus lechos de seda, con una sonrisa en el rostro y en el corazón, recordando la increíble fiesta vivida. Mas pesar del cansancio, nadie quería realmente dormir sino prolongar el fervor de la fiesta hasta que el sol saliera nuevamente pero sabían del reposo indispensable con tal de recuperar energías para el próximo evento, porque en la capital de Selili, Yar Yaffa; siempre hay una razón para celebrar y disfrutar de la vida al máximo pues Ethan amaba complacerse con la gente. Y de hecho, era de los pocos nobles retomando su servicio, finiquitando los últimos detalles para devolver el mando al Rey. Y mientras realizaba su labor, muchachos y doncellas le acompañaban en su despacho, atendiéndole devotamente, cumpliéndole cada capricho pues querían ganarse el favor del tan admirado varón.
Después de esa larga noche en el lujoso palacio, donde la música, el baile y la comida no querían irse, Elya se encontraba exhausto, resignado a la idea de comer un poco, presentarse ante el capitán de la Guardia y tragarse otro par de horas de rancio protocolo antes de encontrar un lugar donde arrojar sus huesos. Elya recién cumplía los dieciocho pero estaba tan harto del palacio que solía arrastrar los pies como anciano con artrosis. Perdido en sus ideas, Elya vigilaba que nadie le viera con amargura pues le preguntarían la razón de ello, siendo que vivía a cuerpo de príncipe; y sería un tedio explicar todo desde el principio pues nadie se daba el tiempo de escuchar la historia completa.
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"Me quedé en Yar Yaffa por los botes y el pescado con limón y heme aquí, en ropa de seda y tiarita de princesa, ¿qué carajo hice mal?"
Cavilaba al tanto se le antojaba el limón, tratando de no arrugar el entrecejo pero el sueño le ganaba.
En el largo corredor que daba al atrio del palacio real, Elya y Orel se recostaron en un sofá a descansar pues les esperaba un trecho que, si bien lo harían en carruaje, no reducía el tiempo de viaje a la nada misma.
Sin embargo, antes de partir, su buen amigo y siervo Orel, quien no bebió ni una gota, yacía zozobrado y medio derretido en el sofá.
Elya sonrió, mimó la coronilla del chiquillo con dulzura. Al levantar la vista se encontró un una suave visión del paraíso: al final del corredor, en el arco que daba hacia la costa, los rayos del sol iluminaban a contraluz la cabellera dorada de la sonriente Yonah, escapándose de sus siervas y doncellas para trotar hacia el Caballero intentando lucir arreglado, acomodando su túnica en los hombros, desenredando el cabello de sus patillas.
Para evitar que Yonah tropezara, Elya fue a su encuentro. Habría deseado tomarle en sus brazos tras tantos años pero no debía, no podía ante tanta gente, ¿qué dirían de ella?