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Jungkook desde que se levantó supo que el día estaría pesado. Llámenlo brujo o lo que quieran, pero desde la mañana que fue a llevar a su cachorra a la escuela, las filas de auto parecían infinitas y por alguna razón su instinto le dijo que se prepara para su larga, pesada y dolorosa jornada de trabajo en el cafetería de sus padres.

No le molestaba, en lo absoluto.

Él realmente amaba estar ahí. El café era quizá uno de sus olores favoritos en el mundo y estaba muy acostumbrado a estar rodeado siempre de algo que le recordara a ese famoso grano que era la adicción de más del sesenta porciento de la población.

Tal vez por eso le iba tan bien al negocio de la familia, o quizá se debía a la deliciosa tarta de fresas que su hermana preparaba, ¿o las galletas? ¿las bebidas de su mamá? No estaba seguro, pero la gente amaba ir ahí y él estaba más que gustoso y satisfecho con el resultado.

La cafetería de su familia se encontraba ubicada en Myeongdong, por eso siempre estaba llena y las únicas veces que se encontraba vacía era cuando sólo faltaban minutos para que fuera cerrada.

Sin embargo, Jungkook no estaba todo el tiempo en esa cafetería.

Iba ahí porque le gustaba estar con su familia como también ver la cara de felicidad de cada cliente al probar cualquiera de las especialidades que ellos ofrecían.

A Jungkook lo que de verdad le apasionaba era cantar y bailar, y a pesar de que realmente obtuvo su título en administración de empresas (y por eso llevaba las finanzas de la cafetería), lo que él amaba era ir a dar clases a aquella academia que había fundado junto a uno de sus mejores amigos.

Los días que tenía libre, como ese, se iba a la cafetería a ayudar y a darle una vuelta a la persona que les ayudaba con la administración. Pero el resto de los días se la pasaba enseñándole pequeños cachorros como su bebé a bailar y cantar.

Jungkook sentía que llevaba una buena vida a pesar de todo el infierno que llegó a pasar antes de llegar a ese punto de tranquilidad en el que se encontraba.

Pero estaba feliz. Estaba feliz junto a su pequeña Chaeyoung, o Isa, como su padre solía llamarle.

"¡Jungkook-ah, al fin llegas!" chilló su hermana emocionada, lanzándose a sus brazos como si fuera una pequeña pluma.

El menor se tambaleó pero logró atraparla en sus brazos y simplemente la abrazó.

Como siempre.

"Sana, todo el tiempo haces lo mismo. Nos vimos ayer en la noche" respondió el menor al separarse y ver la gran sonrisa que su hermana le regalaba.

"No te pregunté, Jungkook-ah" dijo la mayor picando su nariz y tomándolo del brazo para llevarlo al interior de la cafetería donde se encontraba su familia.

A esa hora ya se encontraban varias personas desayunando y siendo atendidos por sus compañeros y uno que otro familiar.

Cuando llegaron al salón que tenían para convivir y comer, su familia no dudó en acercarse a él para abrazarlo como si llevarán siglos sin verle la cara.

"Mi bebé hermoso, buenos días" saludó su mamá con un beso en la frente y un apretado abrazo que casi lo deja sin aire. Su padre no fue muy diferente y su otra hermana no se quedó atrás.

"Me van a asfixiar" murmuró el menor tratando de soltarse de aquellos seis brazos que lo mantenían capturado.

Así como estaba, podía percibir los aromas de cada uno y por más que se sintiera asfixiado, no podía evitar ronronear ante aquellos olores que lo criaron desde pequeño.

Delicate | TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora