Capítulo 6. ¿De qué sirve la vida ahora?

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Había comenzado a llover, pero las débiles y pequeñas gotas no ayudaron a cesar el intenso y ardiente fuego que surgió desde dentro de aquellas paredes, y tampoco los artículos altamente inflamables que había adentro aportaron para disminuirlo. El fuego podía consumir toneladas de materiales como plástico, aluminio y tela en cuestión de minutos, una persona podía morir inhalando el humo del fuego antes que quemarse vivo.

Cuando Mali fue advertida del incendio y que los bomberos ya estaban en camino, pidió un taxi a casa para avisarle a su madre, sin embargo, cuando ella llegó, la casa estaba vacía, las luces estaban apagadas y la cama de su madre estaba perfectamente hecha. Su corazón se aceleró del miedo y volvió escaleras abajo con sus piernas temblando. Al regresar al lugar del incendio, los bomberos hacían maniobras para apagarlo. Buscó a su madre desesperada gritando su nombre, hasta que un hombre la detuvo cuando quiso atravesar las llamas.

—¡Mali!.—gritó Noah a lo lejos, llamando su atención.

—¡Noah! ¿En dónde está mi madre?.—preguntó sujetándola de los brazos.

—Ella... se quedó hasta tarde haciendo unas notas...--explicó la mujer con voz temblorosa. Mali cayó al suelo de rodillas, abriendo su piel contra el asfalto y comenzó a llorar, llamando incontables veces a su madre con la esperanza de que estuviera bien.

Pasaron un par de días y Mali sostenía las cenizas de su madre sobre su regazo dentro de su habitación, mientras había gente en su departamento haciendo memoria a su recuerdo. Todos vestían de colores negros, y bebían café de la cocina, que Noah ayudó a preparar. Mali no podía dejar de llorar, su rostro estaba hinchado, enrojecido y con una temperatura corporal alta. Jamás en su vida imaginó que tendría a su madre ahí, hecha polvo en una caja de madera color caoba, con una leyenda de su nombre impreso su año de nacimiento, seguido del año en que falleció. Ya su llanto no emitía ningún sonido, pues se lo había acabado en los días anteriores. Lloró, rompió cosas, no bebió ni comió nada, solo se abrazó a la caja durante ese tiempo, aferrándose a la imagen del rostro sonriente de su madre esa tarde, cuando la abrazó y le regaló ese lindo vestido rojo.

Se culpó, incontables veces. De no haber ido a esa fiesta hubiese estado con ella, quizás el incendio se hubiera evitado, disminuido o en el mejor de los casos (para ella) hubieran muerto las dos juntas, porque estar ahí sin ella, era lo peor que podía pasarle en la vida. ¿Qué rumbo tomaría ahora? ¿Cómo podría seguir su vida normal sin lo único que la mantenía a flote? su madre era la única familia que tenía, la única que la apoyaba, ¿de dónde sacaría fuerzas para vivir, para trabajar, para estudiar, para levantarse por las mañanas, para comer, para ducharse? ¿De qué le sirve la vida ahora? Lo había perdido todo.

Podría dejar de inyectarse la insulina y dejar que la diabetes la matara, pero sería algo lento y agonizante. Pensó en una y mil maneras de acabar con ese sufrimiento que la asfixiaba, que le ahogaba, que la encerraba en un pozo oscuro sin salida, en donde la soledad y el silencio del departamento le recordaban a cada instante que estaba sola, que jamás volvería a escuchar la voz de su madre, su risa, sus regaños, sus chistes. Hubo un momento en que se cansó de llorar, porque nada la consolaba, nadie podía decirle nada que le hiciera sentirse mejor y mucho menos hundida en sus pensamientos deprimidos y suicidas, por ello, tuvo que salir y dejar entrar a la gente que quería ayudarla. La primera de ellas, fue Noah.

—Te traje un poco de comida casera, deberías comerla antes de que se pierda. Esta muy rica.—dijo la mujer guardando la comida en el pequeño refrigerador. La mujer sonrió levemente y se sentó en la mesa frente a la chica, colocándole una pequeña caja de cartón. —Son algunas cosas de tu madre que se salvaron en el restaurante. Cosas personales.—la chica se enderezó y abrió la caja. Sacó una pequeña cartera con su identificación y algunas monedas, había varias tarjetas de negocios o empresas que le daban en la calle. La libreta donde hacia las anotaciones de sus deudas. Una agenda de números telefónicos y al final su celular.

Desde el cielo [Rami Malek]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora