Mis padres

49 33 0
                                    

Nunca tuve una buena relación con mi madre, ni con mi padre. Siempre me sentí como si estuviera sola, como si no tuviera a nadie a quien recurrir.

Recuerdo que mi madre siempre estaba ocupada, siempre tenía algo que hacer, ya que trabajaba demasiado para darnos el sustento económico que necesitábamos y cubrir nuestras necesidades. Y mi padre, bueno, él simplemente no estaba. No recuerdo haber tenido una conversación real con él, no recuerdo haber sentido su apoyo o su amor.

 
Jamás pude entablar una relación con mi padre, ya que desapareció cuando éramos niñas y nunca supe de él. Me sentía sola y vacía, a pesar de tener una familia amorosa que me amaba. La ausencia de mi padre se sentía en lo más profundo de mi corazón. Mi madre, Laura, hacía todo lo posible para suplir esa falta de cariño, pero jamás sería lo mismo.

Sin embargo, la vida nos tenía una sorpresa. Mi madre se casó con un hombre excelente, Darío, quien nos crió y nos cuidó desde que yo tenía tres años. Él asumió el papel de padre y nos amó y cuidó como si fuéramos sus hijas. Renunció a la idea de tener hijos propios para cuidarnos a nosotras y quedarse al lado de mi madre, pase lo que pase.

A pesar de la ausencia de mi padre biológico, encontré en Darío una figura paterna que llenó ese vacío en mi corazón. Aunque la herida de la ausencia de mi padre nunca se cerró completamente, la presencia de Darío en mi vida me enseñó que el amor y el cuidado de una familia no solo viene de la sangre, sino también de las personas que eligen estar a nuestro lado.

 
Aquí te presento una continuación de tu historia:

Años después, cuando yo tenía 17 años, recibí una noticia inesperada: mi padre había reaparecido. Después de tanto tiempo sin saber de él, me sentí confundida y emocionada a la vez. ¿Por qué regresaba ahora? ¿Qué quería de mí?

Nuestro primer encuentro fue tenso y emocional. Me encontré cara a cara con el hombre que había estado ausente durante toda mi infancia y adolescencia. Sin embargo, a medida que hablamos, me di cuenta de que él también había sufrido por su ausencia. Me contó sobre sus errores, sus arrepentimientos y su deseo de hacer las cosas bien esta vez.

Intentamos reconstruir nuestra relación, poco a poco. Él se esforzó por conocerme, por entender quién era yo y qué me gustaba. Yo, por mi parte, intenté perdonar y olvidar el pasado. No fue fácil, pero ambos queríamos hacer que funcionara.

Recuerdo nuestros paseos, nuestras conversaciones y nuestras risas. Mi padre se convirtió en alguien importante para mí, alguien en quien podía confiar y hablar. Aunque no podía borrar el pasado, podía construir un futuro juntos.

Sin embargo, la relación entre un padre y una hija que se han perdido durante tanto tiempo es complicada. Había momentos en los que me sentía frustrada, enojada o confundida. Pero mi padre estaba dispuesto a escuchar, a aprender y a crecer conmigo.

Con el tiempo, nuestra relación se fortaleció. Aprendí a amar y respetar a mi padre, no solo como mi progenitor, sino como una persona. Y él aprendió a ser un padre para mí, en el sentido más profundo de la palabra.


Siempre me sentí como si fuera una carga para ellos para mí madre y mi padrastro, como si fueran responsables de mí solo porque tenían que serlo, no porque quisieran. Me sentí como si no tuviera valor, como si no fuera lo suficientemente buena. No encajaba en mi familia, como si fuera alguien ajeno. Simplemente sentía que no pertenecía allí.Y eso me dolió, me dolió mucho. Me hizo sentir que no era digna de amor, que no era digna de felicidad. Me hizo sentir que estaba sola en el mundo, que no tenía a nadie a quien recurrir.

Cada vez que llegaba mi madre de trabajar, yo me iba directamente a mi habitación para evitar discutir con ella. No quería confrontarla, no quería escuchar sus críticas o quejas. Así que me refugiaba en mi habitación, esperando a que se fuera a dormir la siesta.

Siempre Tú #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora