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Kakashi e Iruka caminaban de la mano por los senderos tranquilos de un parque, rodeados por la suave brisa del atardecer. Las hojas crujían bajo sus pies, y el sonido de los pájaros al final del día llenaba el aire. Kakashi sentía una profunda calma en su pecho, una serenidad que rara vez experimentaba. Tener a Iruka a su lado transformaba todo lo que antes parecía oscuro y monótono en algo lleno de color y vida. Cada mirada que Iruka le regalaba, cada sonrisa tímida o risa sincera, era como un bálsamo para su alma atormentada.

—Naruto sigue enfadado contigo, ¿sabes? —dijo Iruka con una risa suave que hizo eco en la mente de Kakashi. El recuerdo de Naruto, frunciendo el ceño, quejándose de que Kakashi no era más que un "cochino" y que no era digno de alguien como Iruka, seguía siendo motivo de risa para ambos. Kakashi sonrió para sus adentros, disfrutando de la imagen mental de ese mocoso celoso.

—Ya lo superaré, eventualmente —respondió Kakashi con un tono burlón, apretando suavemente la mano de Iruka en la suya. A pesar de la ligereza de la conversación, había algo profundamente reconfortante en saber que Naruto se preocupaba tanto por Iruka, aunque fuera de una manera tan obstinada.

Después de pasear un rato más, Kakashi acompañó a Iruka a su florería. El lugar tenía un aire acogedor y cálido, una burbuja de paz en la que Kakashi se sentía casi desconectado de su realidad oscura. Lo ayudaba en lo que podía, organizando flores, moviendo cajas, mientras Iruka atendía a los clientes con su habitual amabilidad. Kakashi lo observaba desde la distancia, admirando cómo se movía con gracia entre las flores, su rostro iluminado por la suave luz del sol que entraba por las ventanas. Por momentos, se permitía soñar que esto podría ser su vida diaria, una vida sencilla y llena de amor.

Todo parecía perfecto, hasta que la campanilla de la puerta sonó. Kakashi levantó la vista y su calma se desmoronó de inmediato. Yamato. El ambiente en la florería se tensó de repente, y el instinto asesino de Kakashi se activó. Su expresión se endureció, y su mirada, normalmente tranquila, se oscureció.

—Bienvenido —dijo Iruka con esa voz suave que solía tranquilizarlo, pero que ahora solo hacía que el contraste con la situación fuera aún más incómodo.

—Hola —respondió Yamato con su tono habitual, pero Kakashi notó algo diferente. —¿Tienes crisantemos blancos?

Iruka asintió y se dirigió al almacén, completamente ajeno a la tensión que se apoderaba de la tienda. Kakashi aprovechó el momento para acercarse a Yamato, sus ojos perforando los del hombre frente a él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con una voz apenas audible, cargada de amenaza.

Yamato, sin mostrar emoción alguna, simplemente cerró su puño, un gesto silencioso que Kakashi entendió perfectamente: era una advertencia, una amenaza velada. La sangre de Kakashi comenzó a hervir, pero sabía que no podía hacer nada en ese momento. No frente a Iruka. No en su refugio de paz.

Iruka regresó con las flores, ajeno a la tensión palpable en el aire. Le entregó los crisantemos a Yamato, quien se despidió con un simple "gracias" antes de salir de la tienda. Kakashi no pudo evitar soltar un suspiro de alivio, pero la preocupación seguía pesando en su pecho.

—Qué hombre tan raro... —comentó Iruka, pero antes de que pudiera continuar, Kakashi lo rodeó por la cintura, abrazándolo con fuerza desde atrás. Inclinó la cabeza, y con un gesto casi desesperado, besó el cuello de Iruka, como si necesitara sentir su calidez para alejar la oscuridad que Yamato había traído consigo.

—¿Por qué te pusiste tan cariñoso de repente? —preguntó Iruka con una risa suave, su cabeza inclinándose hacia un lado para darle a Kakashi más acceso.

Kakashi sonrió contra su piel, inhalando su aroma.

—¿Acaso no puedo darte cariño cuando quiero? —respondió con un tono juguetón, reforzando su abrazo, buscando perderse en la seguridad que Iruka le ofrecía sin siquiera darse cuenta. En ese momento, todo lo demás desaparecía. La amenaza, el peligro, el trabajo... Nada importaba más que el hombre entre sus brazos.

Habían pasado cuatro meses desde que empezaron a salir, y Kakashi no podía creer lo afortunado que era. No había habido ningún problema, ningún obstáculo serio... hasta hoy. Pero Kakashi decidió no pensar en eso ahora. No quería arruinar este momento. Se inclinó hacia adelante y rozó los labios de Iruka con un suave beso antes de susurrar:

—Llegaré para la cena.

Iruka le sonrió, ese gesto que siempre lograba desarmar a Kakashi, y lo despidió con un cariñoso "cuídate". Mientras volvía a su auto, la ira y el miedo comenzaron a burbujear de nuevo en su interior, reemplazando la calma que había sentido en la florería. Sabía que algo estaba mal, muy mal, y no podía ignorarlo más.

Condujo directamente a la casa de Yamato, su mente corriendo en mil direcciones diferentes. Ni siquiera se molestó en tocar la puerta cuando llegó; simplemente entró, dejando que la rabia lo guiara. Encontró a Yamato revisando algunos papeles, sin mostrar ni una pizca de sorpresa o preocupación por la llegada abrupta de Kakashi.

—Esto es para ti —dijo Yamato, levantando los papeles sin siquiera mirar a Kakashi. Pero Kakashi estaba demasiado enfadado para preocuparse por los papeles en ese momento. En un segundo, se lanzó sobre Yamato, agarrándolo por el cuello y empujándolo contra la pared.

—¡Te dije que no te acercaras a Iruka! —rugió Kakashi, su voz temblando de furia. El puño que sostenía en alto estaba listo para golpear, pero Yamato simplemente lo miró con la misma calma fría de siempre.

—Todo lo que necesitas saber está aquí —respondió Yamato, señalando los papeles con la cabeza. Kakashi lo soltó, respirando pesadamente mientras tomaba los documentos. Los ojos de Kakashi se movían rápidamente por las páginas, y a medida que leía, sentía que el mundo a su alrededor se desmoronaba.

Cada palabra era como una cuchillada directa a su pecho. Su mente se llenaba de desesperación y rabia, una mezcla letal que amenazaba con consumirlo. Yamato lo observaba en silencio, su expresión imperturbable, sabiendo que, de alguna manera, siempre había tenido razón.

Esa noche, las agujas del reloj marcaron las once, y Kakashi nunca llegó a la florería para cenar con Iruka.

Aromas del Destino - KakairuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora