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Había pasado ya una semana desde aquel fatídico encuentro. Kakashi estaba en su cama, en el mismo lugar donde había vivido tantos momentos con Iruka. Cada rincón de su habitación parecía gritarle el nombre de Iruka, recordándole su risa, su calor, sus abrazos. Ahora, todo se sentía vacío, frío, como si el hogar que había construido para ellos dos se hubiera derrumbado sobre él. El dolor en su pecho era insoportable, un fuego que lo quemaba por dentro. Había intentado apagarlo con alcohol, pero no importaba cuánto bebiera, nada lograba calmar el tormento que lo consumía.

"Esto ya tiene que terminar," pensó mientras se levantaba de la cama, tambaleándose ligeramente. No estaba tan ebrio como para no poder pensar con claridad, pero lo suficiente para adormecer su mente, aunque fuera un poco. Sabía lo que tenía que hacer, lo que siempre había hecho. "No puedo olvidar lo que soy... un asesino."

Alistó sus cosas con una precisión automática, como un reloj bien engrasado. Sus manos, acostumbradas a la rutina, se movieron rápido, recogiendo sus armas, preparándose para lo inevitable. Salió de la casa, subió al auto y condujo directamente hacia la casa de Iruka. Cada kilómetro recorrido hacía que su pecho doliera aún más. Cuando finalmente llegó, el dolor era insoportable, pero lo enterró profundamente en su interior, como siempre hacía.

Al abrir la puerta, fue recibido por Iruka, quien lo abrazó con fuerza. Era un abrazo lleno de calidez, ese tipo de abrazo que siempre lograba apaciguar las tormentas dentro de Kakashi. Pero esta vez, en lugar de calmarlo, solo lo hizo sentir peor.

—¿Dónde has estado? —sollozaba Iruka entre lágrimas—. Me tenías tan preocupado... Te extrañé tanto...

Kakashi no respondió de inmediato. Solo pudo murmurar un débil "Perdón," antes de besarlo ferozmente. Sus labios se encontraron en un beso desesperado, lleno de necesidad y lujuria, como si ambos intentaran recuperar el tiempo perdido. Kakashi lo alzó por las piernas y lo empotró contra la pared, sus besos eran desenfrenados, llenos de pasión salvaje. Pero entonces, todo cambió. Iruka sintió algo frío y punzante en su abdomen. Kakashi, con un susurro cargado de dolor, le preguntó:

—¿Cuándo pensabas decírmelo?

Iruka, con un movimiento rápido y certero, se liberó del agarre de Kakashi, sorprendiendo al asesino. De repente, el semblante de Iruka cambió. Esa mirada cálida y amorosa que Kakashi había conocido durante meses se desvaneció, reemplazada por una fría e implacable. Con una voz llena de desdén, Iruka habló:

—Tardaste en darte cuenta, Hatake.

El mundo de Kakashi se derrumbó en ese instante. Ese cariño, esa dulzura... todo era una mentira. No tuvo tiempo de procesar sus pensamientos antes de que Iruka se lanzara contra él. Lo que comenzó como un abrazo amoroso ahora se había convertido en una pelea cuerpo a cuerpo. Kakashi, aturdido, retrocedió unos metros, intentando defenderse, pero su corazón estaba destrozado. Iruka era fuerte, mucho más de lo que había imaginado. Sus golpes eran precisos, sus movimientos ágiles. Kakashi se encontraba en una batalla que no quería pelear, pero no podía evitar. Cada golpe dolía más en su alma que en su cuerpo.

Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de Kakashi. Se sentía miserable, débil, un completo idiota. ¿Cómo no lo vio antes? ¿Cómo pudo haberse enamorado de alguien que lo traicionaría de esta manera? Pero antes de que pudiera hacer algo más, cuando menos se lo esperaba, sintió un golpe contundente en la cabeza. La oscuridad se apoderó de él de inmediato.

Antes de perder por completo la conciencia, escuchó una voz que no reconoció susurrar:

—Bien hecho, agente Iruka.

La traición era completa.

Despertó en lo que parecía ser un campo de fuerza. "¿Qué demonios...?" pensó, tratando de enfocarse. No estaba alucinando, eso era seguro. Mientras lo llevaban a lo que suponía sería una sala de interrogatorio, el dolor en su corazón seguía siendo insoportable, más fuerte que cualquier otro que hubiese sentido antes. No tenía miedo, pero su corazón roto lo hacía sentir una angustia que nunca había experimentado.

Lo llevaron a una sala donde un hombre lo esperaba, un oficial a su lado, y al otro extremo... Iruka. Sus miradas se cruzaron por un momento, pero Kakashi no vio ni rastro del cariño que alguna vez había visto en los ojos del hombre que amaba. En su lugar, solo había repugnancia y asco. El interrogatorio comenzó, y durante una hora enumeraron sus crímenes, detallaron cada víctima, cada misión. Kakashi apenas escuchaba. Su mente estaba demasiado ocupada procesando su propio dolor.

Finalmente, el hombre sentado frente a él hizo la pregunta que definiría su destino.

—¿Se considera culpable o inocente de todos los cargos?

Kakashi levantó la mirada lentamente, sus ojos buscando los de Iruka una vez más. A pesar de todo, sintió un extraño cosquilleo en el estómago, una sombra de las mariposas que alguna vez había sentido por él. Pero ya no había vuelta atrás. Con una voz firme, que no tembló ni un segundo, respondió:

—Culpable de todos los cargos.

Iruka, aunque intentó ocultarlo, mostró una chispa de sorpresa en sus ojos. Kakashi la vio, pero no dijo nada. Sabía que todo había terminado. El hombre frente a él asintió, aceptando su confesión.

—Entonces no hay más que hacer. Entrará a juicio de inmediato.

Unos guardias lo tomaron por los brazos y comenzaron a sacarlo de la sala. Pero Kakashi nunca apartó su mirada de Iruka, ni siquiera por un segundo. Aunque sabía que nunca podría recuperarlo, aunque sabía que su vida estaba condenada, no podía dejar de mirarlo, intentando aferrarse a ese último vestigio de lo que alguna vez creyó que era el amor.


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Aromas del Destino - KakairuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora