ecos de la verdad

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Capítulo 8: Ecos de la Verdad

La mañana siguiente comenzó como cualquier otra, pero Melisa no podía sacudirse la sensación de inquietud que había llevado consigo desde la conversación con Lísienle. Cada vez que veía a su amiga, se preguntaba si estaba bien, si había más en su mente que lo que compartía con ella. Las palabras de Lísienle sobre el Ruso, sobre su arrepentimiento por burlarse de Dios, giraban en su cabeza como un remolino de dudas y temores.

Al llegar a la escuela, Melisa notó que Lísienle estaba más distante de lo habitual. En clase, apenas participaba, y durante el receso, se quedó mirando al vacío, perdida en sus pensamientos. Melisa sabía que algo estaba mal, pero no estaba segura de cómo abordarlo sin asustar a su amiga.

Finalmente, en la última clase del día, Melisa no pudo contenerse más. Se sentaron juntas en el fondo del salón, lejos de la mirada curiosa de los demás estudiantes. Melisa aprovechó el momento en que la profesora estaba ocupada en su escritorio para inclinarse hacia Lísienle.

"Lisi, ¿estás bien?" —susurró, tratando de sonar lo más tranquila posible.

Lísienle no la miró al principio. En lugar de eso, siguió mirando por la ventana, como si estuviera viendo algo que Melisa no podía percibir. "No lo sé, Meli. A veces, siento que todo esto es solo un sueño, que nada de lo que me pasa es real. Y entonces, cuando me doy cuenta de que sí lo es... me asusto."

Melisa tragó saliva, sin saber cómo responder. Había una fragilidad en la voz de Lísienle que nunca había escuchado antes. Era como si su amiga estuviera al borde de romperse, y Melisa temía que cualquier palabra equivocada pudiera empujarla al abismo.

"¿Quieres hablar de ello?" —preguntó finalmente, aunque no estaba segura de qué era lo que esperaba escuchar.

Lísienle se volvió hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad que Melisa no pudo soportar por mucho tiempo. "Es el Ruso, Meli. No puedo dejar de pensar en él. Sé que suena loco, pero siento que él me está hablando, que me dice cosas que no debería saber. A veces, me siento atrapada entre lo que es real y lo que no lo es."

Melisa sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. No sabía si el Ruso era una persona real, una creación de la mente perturbada de Lísienle, o algo más. Lo único que sabía era que su amiga estaba sufriendo, y ella no sabía cómo ayudarla.

"Lisi..." Melisa buscó las palabras adecuadas, pero todo lo que encontró fue una sensación de impotencia—. Estoy aquí para ti, ¿lo sabes, verdad? No importa lo que pase, no estás sola."

Lísienle sonrió débilmente, pero la tristeza en sus ojos no se desvaneció. "Gracias, Meli. Eres una buena amiga, mejor de lo que merezco. Pero a veces, siento que hay cosas dentro de mí que ni siquiera yo puedo controlar. Y eso me asusta."

Antes de que Melisa pudiera responder, el timbre sonó, anunciando el final de la clase. Los estudiantes comenzaron a empacar sus cosas, y Lísienle se levantó rápidamente, como si no pudiera soportar quedarse un minuto más en el salón. Melisa la siguió, sintiendo que algo estaba a punto de desmoronarse.

Mientras caminaban juntas por el pasillo, Melisa notó que Lísienle parecía distraída, como si estuviera escuchando algo que los demás no podían oír. De repente, Lísienle se detuvo y se giró hacia Melisa.

"¿Escuchas eso?" —preguntó, su voz apenas un susurro.

Melisa frunció el ceño, mirando a su alrededor. El pasillo estaba lleno de estudiantes charlando y riendo, pero no había nada fuera de lo común. "¿Escuchar qué?"

"Su voz, Melisa. Está aquí, en algún lugar..." —Lísienle comenzó a caminar más rápido, casi corriendo, mientras Melisa la seguía, preocupada.

Finalmente, Lísienle se detuvo frente a una puerta cerrada, una puerta que Melisa sabía que llevaba a un viejo salón que ya no se usaba. Lísienle puso la mano en la manija, como si estuviera dudando en abrirla.

"Lisi, ¿Qué haces?" —preguntó Melisa, su corazón latiendo con fuerza.

Lísienle la miró, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y determinación. "Necesito saber si es real, Meli. Necesito saber si él está aquí."

Antes de que Melisa pudiera detenerla, Lísienle abrió la puerta y entró en el oscuro salón. Melisa la siguió, su mente llena de preguntas y temores. El aire dentro del salón estaba frío, como si hubiera estado vacío por mucho tiempo. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, dejando entrar solo un débil rayo de luz que no alcanzaba a iluminar el lugar por completo.

Lísienle se detuvo en el centro del salón, girando sobre sí misma, como si estuviera buscando algo. Melisa se quedó cerca de la puerta, su respiración acelerada. "Lísienle, no hay nadie aquí..."

Pero antes de que pudiera terminar la frase, Lísienle se volvió hacia ella, sus ojos abiertos de par en par. "No lo entiendes, Meli. Él está aquí, lo siento. Pero no sé si es real o si solo está en mi cabeza."

El silencio en el salón era abrumador, y Melisa no sabía qué hacer. Quería ayudar a su amiga, pero no sabía cómo luchar contra algo que no podía ver ni entender. Todo lo que sabía era que Lísienle estaba al borde de algo peligroso, y que tal vez, solo tal vez, ese salón oscuro y vacío contenía las respuestas que ambas temían descubrir.

Melisa dio un paso hacia adelante, su mente llena de dudas y preguntas sin respuesta. "Lísienle, sea lo que sea... lo enfrentaremos juntas, ¿de acuerdo?"

Lísienle asintió lentamente, aunque la incertidumbre en sus ojos seguía presente. "De acuerdo... juntas."

Las dos chicas se quedaron en el salón, el eco de sus palabras resonando en el aire frío, como una promesa de que, pase lo que pase, no dejarían que el miedo las separara. Pero en el fondo, ambas sabían que lo que habían encontrado allí era solo el principio de algo mucho más oscuro, algo que cambiaría sus vidas para siempre.

Trazos de caminos Cruzados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora