huellas en la niebla

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Capítulo 10: Huellas en la Niebla

Los días que siguieron fueron extraños, como si un velo de incertidumbre y miedo se hubiera extendido sobre la vida cotidiana de Melisa y Lísienle. Las clases continuaban, los profesores seguían dictando lecciones, y los estudiantes reían en los pasillos, ajenos a la tormenta interna que las dos amigas estaban enfrentando. Pero para Melisa, nada era lo mismo. Cada vez que veía a Lísienle, no podía evitar buscar en sus ojos algún indicio de que el Ruso seguía acechándola, alguna señal de que su amiga se estaba hundiendo de nuevo en aquel abismo oscuro.

Lísienle, por su parte, parecía estar intentando mantener la normalidad, pero Melisa notaba las grietas en su fachada. Las sonrisas que antes eran genuinas ahora parecían forzadas, y sus risas, cuando las había, eran cortas y vacías. A veces, en medio de una conversación, Lísienle se quedaba en silencio, como si estuviera escuchando algo que Melisa no podía oír. En esos momentos, Melisa sentía un nudo en el estómago, temiendo que su amiga estuviera siendo arrastrada de nuevo hacia ese mundo invisible y aterrador que la estaba consumiendo.

Una tarde, después de clases, Melisa decidió que no podía seguir ignorando lo que estaba sucediendo. Había llegado el momento de enfrentar el problema de frente, aunque no estuviera segura de cómo hacerlo. Habían planeado estudiar juntas para un examen, pero Melisa sabía que necesitaban hablar de algo mucho más importante.

Se encontraron en la biblioteca, un lugar que solía ser su refugio en medio del caos de la escuela. Pero ese día, incluso la tranquilidad de la biblioteca no podía calmar la tormenta en el corazón de Melisa. Mientras se sentaban en una mesa en una esquina apartada, Melisa observó a Lísienle, notando lo cansada que se veía, como si llevara una carga que nadie más podía ver.

"Lísienle, tenemos que hablar." Melisa comenzó, su voz baja pero firme. Sabía que debía ser cuidadosa, pero también directa.

Lísienle levantó la vista de sus libros, sus ojos oscuros y cansados. "¿Sobre qué?"

"Sobre el Ruso. Y sobre lo que pasó en ese salón." Melisa tomó aire, intentando reunir el valor para continuar—. No puedo seguir fingiendo que todo está bien cuando claramente no lo está. Estoy preocupada por ti, y necesito saber cómo estás, de verdad."

Lísienle se quedó en silencio, sus ojos fijos en los de Melisa. Por un momento, Melisa temió que su amiga volviera a cerrarse, que se ocultara detrás de la máscara de indiferencia que había estado usando últimamente. Pero entonces, Lísienle suspiró profundamente y dejó caer la mirada, como si finalmente hubiera decidido dejar caer también su máscara.

"Melisa... no sé qué está pasando conmigo." La voz de Lísienle era un susurro, llena de una vulnerabilidad que Melisa rara vez había visto en ella—. A veces siento que me estoy volviendo loca. El Ruso... lo siento tan real, pero sé que no lo es. Sé que está en mi cabeza, pero no puedo controlarlo. Y eso me asusta, más de lo que puedo decirte."

Melisa sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a mantener la calma. "Lísienle, lo que estás pasando es muy real para ti, y eso es lo que importa. Pero no tienes que enfrentarlo sola. Hay personas que pueden ayudarte, que saben cómo lidiar con estas cosas. Quizás... deberíamos hablar con alguien. Un consejero, o un psicólogo."

Lísienle se mordió el labio, su expresión insegura. "¿Crees que estoy loca, Melisa? ¿Crees que necesito... ayuda?"

"No pienso que estés loca." Melisa tomó la mano de Lísienle, apretándola suavemente—. Pero sí creo que necesitas hablar con alguien que pueda entender lo que estás pasando, alguien que pueda ayudarte a encontrar una salida. Yo siempre estaré aquí para ti, pero también necesitamos a alguien más, alguien que sepa cómo lidiar con esto."

Lísienle asintió lentamente, aunque Melisa podía ver que la idea la hacía sentir incómoda. "No quiero que piensen que soy débil... o que no puedo manejarlo."

"Buscar ayuda no te hace débil, Lísienle. Al contrario, significa que eres lo suficientemente fuerte para reconocer que necesitas ayuda. Y no hay nada malo en eso." Melisa sabía que sus palabras eran solo el primer paso, pero también sabía que ese paso era crucial.

Lísienle guardó silencio por un momento, como si estuviera procesando todo lo que Melisa había dicho. Finalmente, asintió de nuevo, esta vez con un poco más de convicción. "Está bien. Hablaré con alguien. Pero... ¿vendrías conmigo? No sé si puedo hacerlo sola."

Melisa sintió una ola de alivio, aunque sabía que el camino por delante sería largo y difícil. "Por supuesto que iré contigo. No tienes que hacer esto sola."

Al día siguiente, después de pensarlo mucho, las dos amigas fueron a ver a la consejera escolar, la señora Hernández. Era una mujer de mediana edad, de expresión amable y voz suave, que las recibió con una sonrisa tranquilizadora. Melisa dejó que Lísienle hablara, apoyándola con su presencia silenciosa mientras su amiga relataba lo que había estado pasando.

La señora Hernández escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando, sin interrumpir. Cuando Lísienle terminó, había lágrimas en sus ojos, pero también un rastro de alivio, como si el simple hecho de compartir su carga hubiera aligerado un poco su peso.

"Lísienle, lo que me has contado es muy serio, y estoy muy orgullosa de ti por hablar de ello." La voz de la consejera era cálida, llena de empatía—. Voy a ayudarte a encontrar la ayuda que necesitas, y quiero que sepas que estaré aquí para apoyarte en cada paso del camino."

Lísienle asintió, su mano apretando la de Melisa con fuerza. "Gracias... de verdad. No quiero seguir sintiéndome así."

Melisa observó a su amiga, sintiendo una mezcla de orgullo y alivio. Sabía que este era solo el comienzo, que el proceso de sanación sería largo y desafiante. Pero también sabía que, por primera vez, Lísienle estaba dando un paso hacia la luz, hacia una vida donde el Ruso y los fantasmas que la perseguían ya no tendrían tanto poder sobre ella.

A medida que salían de la oficina de la consejera, Melisa sintió que algo había cambiado. La sombra del Ruso todavía estaba allí, pero era más tenue, menos amenazante. Y mientras caminaban por el pasillo, lado a lado, Melisa supo que, aunque el camino sería difícil, lo recorrerían juntas, enfrentando cada desafío una vez más.

Porque la verdadera amistad, pensó Melisa, no se trata de alejar las sombras, sino de estar allí cuando el otro necesita un poco de luz. Y eso era lo que haría por Lísienle, siempre.

Trazos de caminos Cruzados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora