CANDÁS FLOOMER narrado en tercera persona.
Candás ajustó el volumen de su guitarra eléctrica, dejando que las vibraciones resonaran en el pequeño departamento que llamaba hogar. Las paredes grises y la decoración básica reflejaban el carácter práctico de su vida diaria, pero cuando la noche caía, todo cambiaba. Ya no se encontraba en este espacio frío y silencioso sino en su santuario, un lugar donde la música llenaba cada rincón y donde, por un rato, todo lo demás desaparecía.
El reloj en la pared marcaba las siete de la tarde, y con la misma precisión de siempre, Candás comenzó a preparar su salida. Tomó su chaqueta de cuero, esa que estaba desgastada en los codos pero que amaba por la historia que contaba, y se dirigió a la puerta. Antes de salir, echó un último vistazo a la habitación: el espejo que le devolvía una imagen con ojeras marcadas, la guitarra apoyada contra la cama sin hacer, y las partituras esparcidas por el suelo. Nada de eso importaba. Solo importaba la música y lo que estaba a punto de hacer con ella.
La caminata hacia el garaje donde ensayaban siempre la relajaba. Las luces de las farolas iluminaban las calles, dándoles un resplandor casi fantasmal, pero a Candás le gustaba. Había algo en la soledad de esas noches que le resultaba familiar, como una vieja amiga que la acompañaba en su trayecto.
Al llegar, las puertas metálicas del garaje ya estaban abiertas, y los sonidos de un bajo afinándose reverberaban por el aire. Eric, el bajista de la banda, levantó la vista y le sonrió mientras entraba.
-Ya era hora, Candás. Pensé que ibas a dejarnos colgados hoy -bromeó Eric, sus dedos largos y ágiles deslizándose por las cuerdas.
-Como si pudiera hacer eso -respondió Candás, devolviéndole la sonrisa antes de dejar su guitarra en el suelo para sacarse la chaqueta.
Apenas la colocó sobre un viejo sofá cubierto de mantas, Violet, la baterista de la banda y voz en el coro, apareció desde el fondo del garaje con dos baquetas en la mano.
-Ey, Candás, ¿has traído esas nuevas letras? -preguntó Violet, con su característico entusiasmo. Sus ojos brillaban de emoción; para ella, cada ensayo era una oportunidad de hacer algo increíble.
Candás asintió mientras sacaba unas hojas arrugadas de su bolsillo trasero.
-Sí, pero todavía están un poco crudas. Podríamos probarlas, ver si les falta algo o si hay que cambiar el ritmo.
Violet agarró las hojas con una mezcla de interés y ansiedad, como si estuviera a punto de descubrir un secreto. Mientras ella leía, Candás se preparó, conectando su guitarra al amplificador y tocando un par de notas para asegurarse de que todo estaba en su sitio.
Nayel y Trébol, los otros dos miembros de la banda, entraron justo en ese momento. Nayel, siempre relajado, dejó caer su mochila en una esquina y se estiró antes de acercarse al micrófono.
-¿Qué tal suenan esas nuevas letras? -preguntó Nayel.
-Son crudas, como ella dijo, pero tienen algo. Me gusta este verso -dijo Violet, golpeando la hoja con su baqueta-: "We live as if time were infinite, but in reality, every second counts." Es fuerte.
Trébol, que se encargaba de los teclados y de algunos efectos de sonido, sonrió desde su rincón, donde siempre parecía estar inmerso en un mundo propio.
-Eso es lo que necesitamos, algo que sacuda al público, que les haga sentir algo real.
Candás se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.
-Solo escribo lo que siento. A veces es lo único que puedo hacer.
Eric sonrió, entendiendo el peso detrás de sus palabras. Aunque Candás nunca hablaba abiertamente sobre su enfermedad, ellos lo sabían. Sabían que cada letra, cada melodía, llevaba consigo una carga emocional que solo alguien enfrentando lo inevitable podía expresar.
-Entonces, ¿listos para tocar? -preguntó Eric, rompiendo la tensión que empezaba a formarse.
-Siempre -respondió Candás, y los acordes iniciales de una nueva canción llenaron el garaje.
La música fluía como un torrente incontrolable, poderosa y liberadora. Nayel comenzó a cantar, su voz clara y llena de una fuerza que parecía imposible para alguien tan flaco y frágil. Candás cerró los ojos y dejó que las notas la envolvieran, mientras Violet y Trébol se unían en perfecta armonía, cada uno aportando su propio estilo al sonido único de los "Night Rebels."
Cada vez que tocaban, Candás sentía que estaba desafiando al destino, que estaba empujando los límites de lo que podía hacer con el tiempo que le quedaba. Su cuerpo podría estar fallando, pero su espíritu seguía siendo indomable, y eso se reflejaba en cada acorde que tocaba.
Cuando la última nota se desvaneció, el silencio cayó sobre ellos como una manta suave. Todos respiraban con dificultad, los rostros brillantes por el esfuerzo y la emoción.
-Eso fue... increíble -dijo Violet, dejando caer sus baquetas con un suspiro de satisfacción.
-Siempre lo es cuando estamos juntos -añadió Eric, mientras desconectaba su bajo.
Candás se permitió una sonrisa, pero había una tristeza subyacente en su expresión.
-Sí, pero no siempre tendremos esta suerte. Sabemos que las cosas pueden cambiar en cualquier momento.
El comentario dejó una sombra sobre el grupo, pero nadie lo disputó. Era la verdad, y todos lo sabían. Candás miró a sus amigos, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza. Había algo que quería decir, algo que sentía que debía compartir, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.
Finalmente, se limitó a recoger su guitarra y ponerse la chaqueta.
-Nos vemos mañana, chicos -dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Sí, hasta mañana -respondieron Violet, Eric, Nayel, y Trébol casi al unísono, aunque sabían que había algo más detrás de su despedida.
Candás salió del garaje, dejando atrás a sus amigos y las luces parpadeantes. El aire de la noche era fresco, y ella lo inhaló profundamente, tratando de aliviar la sensación de opresión en su pecho. Caminó de regreso a su apartamento, sintiendo el peso de la soledad una vez más. Sabía que las noches como esta, en las que podía perderse en la música con sus amigos, eran contadas.
Pero eso estaba bien. Cada uno de esos momentos valía más que cualquier cosa, porque eran auténticos, reales. No importaba lo que el mañana le trajera; lo que importaba era lo que había hecho hoy.
Candás cerró la puerta de su departamento tras de sí y dejó la guitarra a un lado. La habitación estaba oscura, pero no encendió la luz. En lugar de eso, se dejó caer en el sofá, dejando que el silencio la envolviera. Cerró los ojos y recordó la sensación de los acordes bajo sus dedos, la calidez de la voz de Nayel, la confianza tranquila de Eric, la precisión de Violet, y la creatividad sin límites de Trébol.
Y con eso, se permitió dormir, sabiendo que aunque su cuerpo estaba perdiendo la batalla, su espíritu seguía luchando con cada nota, con cada palabra, con cada momento que tenía con la música y con aquellos que amaba.
NOTA DE LA AUTORA:
Hola chiquillesssss, aquí el primer capítulo de esta maravillosa historia, espero y os guste.💗✨
Introducí rápido a los amigos de Candás, para que se vallan adentrando al contexto.🎸✨
Dejen aquí su opinión y díganme ¿Qué tal se me da eso de narrar en tercera persona?
Admito que no es lo mío.... Sin más que decir los quiero un montón gracias por darle una oportunidad a otra de mis historias.🤧💗
ESTÁS LEYENDO
~A pocos días, pocas cuerdas~ ©
RomanceCandás, una rockera, ha decidido vivir sin ataduras tras recibir un diagnóstico terminal. Su única prioridad es disfrutar de la música y el presente, alejándose de las expectativas tradicionales de la adolescencia y vivir sus últimos días bajo sus p...