Capítulo 12 - Lo que sea que signifique

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Gwendolin había crecido entre murallas, pero cada que los ojos de un adulto la dejaban de vigilar, la chiquilla terminaba en los bosques de stal, muchas veces acompañada o mejor expresado, arrastrando a Henry con ella al bosque

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Gwendolin había crecido entre murallas, pero cada que los ojos de un adulto la dejaban de vigilar, la chiquilla terminaba en los bosques de stal, muchas veces acompañada o mejor expresado, arrastrando a Henry con ella al bosque.

Ya había perdido la cuenta de todas las veces que sus padres le había regañado por ello, de las veces que Rolph le había puesto ley de hielo, por poner en peligro a su hermano menor, de los consejos que su tía le daba para la próxima vez que entrara al bosque.

Ninguno de los adultos podía comprender lo que aquella niña sentía al caminar entre árboles, al escuchar a las aves cantar, y si alguna vez se topaba con un zorro o un venado, la felicidad que aquello le daba le duraba días.

Pero todos esos momentos mágicos se volvieron pequeños, comparados con lo que sus ojos presenciaban en ese momento, y es que si bien su camino de las afueras del poblado al palacio había sido agradable. Resultó que no era ni la mitad de lo majestuoso que era el poblado de los elfos del sur.

Los árboles eran altos, ella estaba segura de que si subía a la copa de alguno, llegaría a las nubes, pero eran firmes y gruesos, debían serlo para soportar las estructuras de las casas construidas entre sus ramas.

Fachadas muy similares en todas ellas, con pórticos y huecos que dejaban pasar las ramas por dentro de ellas.

Elfos y elfinas yendo de aquí para allá con tanta calma que les hacía parecer en cámara lenta, ninguno hacía ruido al caminar, Gwen podía ver que conversaban, porque veía sus labios moverse, pero no lograba escuchar más que susurros.

No solamente podía escuchar el canto de las aves, el viento pasar entre las copas y el golpeteo de las hojas de los árboles, sino también el dulce sonido de unas campanillas muy curiosas que la mayoría de las casas tenían colgadas en sus puertas. Gwen pensó que si las estrellas hicieran ruido, al brillar en las noches, el sonido de aquellas campanas sería el que harían.

De un momento a otro las campanillas se fueron desvaneciendo lentamente y los árboles se tornaron muy curiosos, de raíces cada vez más expuestas, y rodeando entradas a varias cuevas, Gwen no pudo evitar compararlo con los túneles de los duendes.

Unas cuatro cuevas suficientemente espaciadas entre ellas, se alzaban frente a ellas, de las cuales unos diez elfos salían y entraban con cajas de una cueva a otra, ninguno de ellos apurado, con una excepción, un elfo claramente más joven que los demás, con pecas en la cara.

— Oye correcaminos, ¿el maestro está disponible? — Dijo la señorita Isabella, haciendo que, el apurado joven, parara en seco.

El pequeño correcaminos, como sus compañeros lo apodaron, pues siempre parecía tener mucha prisa, era el hijo de aquel maestro y también su aprendiz.

— La reina y mi padre ya las esperan, señoritas, síganme por favor. —

Sin soltar la caja en sus manos, simplemente tomándola con más fuerza, señaló hacia el frente, en la misma dirección en la que ya se dirigía antes de ser tan abruptamente detenido.

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