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Deslicé el lápiz con suavidad sobre la hoja en blanco, trazando líneas más oscuras que otras para que el dibujo empezara a tomar forma.

Comencé por los ojos, lo que sabía que me llamaba más la atención de él. Curiosamente, recordaba con claridad el color exacto que tenían, tan oscuros que intimidaban a cualquiera que los miraba. Junto a ellos, iban acompañadas unas preciosas pestañas largas que los enmarcaban, y sus cejas, espesas y ligeramente fruncidas, como solía tenerlas habitualmente.

Una pequeña sonrisa se asomó en mis labios al pensar que parecía enfadado allí donde fuera.

Dibujé las curvas suaves de sus párpados, recordando vagamente cómo solían entrecerrarse cuando sonreía, aunque no lo hiciese muy a menudo. Luego, bajé hacia la nariz, trazando una línea recta pero suave, evocando su forma exacta, recta y perfectamente proporcionada a su rostro.

Perfilé las líneas que marcaban sus mejillas, ligeramente hundidas, dando paso a una mandíbula fuerte y masculina. Luego subí hacia sus pómulos, recordando cómo se elevaban cuando reía. Tendría que haberlo hecho más a menudo, pues se veía realmente hermoso.

Al pasar a la boca, mis dedos temblaron un poco. Intenté delinear la curva exacta de su sonrisa, ese pequeño gesto que tantas veces me había hecho sentir miles de cosas. Se me formó un nudo en la garganta al pensar en la primera y última vez que nos besamos, deseando con todo mi ser poder sentir sus labios una vez más.

Finalmente, pasé a su cabello. Sus mechones eran oscuros y desordenados, siempre cayendo de manera desordenada sobre su frente. Mientras dibujaba cada línea, recordé mis manos enredándose en su cabello, sintiendo la suavidad y el ligero cosquilleo en mis palmas.

Una vez terminado, me alejé un poco del dibujo para contemplarlo.

El rostro que había creado era el de un chico hermoso, pero, aún así, seguía siendo el de un desconocido. Era como si nunca hubiese visto ese rostro. La frustración y la tristeza llenaron mi pecho mientras dejaba el lápiz a un lado.

A pesar de estar escuchando música, el sonido del timbre de la puerta logró penetrar mis auriculares, interrumpiendo mis pensamientos. Los desconecté de mis orejas y me levanté de la mesa del comedor para ir a abrir la puerta, preguntándome quién podría ser a las once de la noche.

Mi expresión cambió radicalmente al encontrarme con un rostro que, de lo contrario, sí que conocía muy bien.

—Lo siento por presentarme a estas horas. He visto la lámpara encendida del comedor y no sabía si...

—¡Has vuelto! —le corté en un grito de euforia, abriendo mucho los ojos.

No pude evitar lanzarme hacia él y abrazarlo con fuerza, pero su quejido de dolor me obligó a apartarme rápidamente al recordar por qué había estado ausente tanto tiempo.

—¡Oh, mierda, lo siento!

—Tranquila —respondió Landon con una sonrisa, a pesar de la molestia visible en su rostro—, si es por un abrazo tuyo, puedo soportar el dolor.

Lo revisé de arriba a abajo, preocupada. El cabestrillo que llevaba mantenía su brazo izquierdo pegado al cuerpo, limitando cualquier movimiento innecesario que pudiera agravar su lesión en el pecho.

—¿Cómo estás?

—Todavía duele un poco, pero cada día me siento mejor —contestó. Su postura un poco rígida y la cautela con la que se movía eran delatadoras—. Estoy aquí porque te quería pedir un favor.

—Por supuesto, ¿qué necesitas?

—Tengo que ir a la comisaría —dijo, con un tono que sugería que no era algo opcional—. Lexi me acaba de llamar diciéndome que el inspector quería que le llevara unos documentos en cuanto me dieran de alta en el hospital.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora