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El día de la fuga...


NOLAN

Más allá de la valla se extendía el oscuro bosque, el único lugar que nos facilitaría la huída una vez saliéramos al exterior. Pero antes debíamos enfrentar la electricidad que recorría esa reja de acero. Porque era más fácil enfrentarse a eso que a una valla de acero de más de cinco metros de altura y casi cien metros de longitud.

Christian, a mi lado, mantenía la mirada determinada, la de alguien que tenía mucho que perder. Como si con solo mirar pudiera infundir la energía que necesitaba.

Pero no ocurría nada. La valla seguía estando electrificada, y así sería imposible treparla. Nada más tocarla, nos causaría una descarga inmediata y muy dolorosa. Lo mejor que podía pasar era que terminaras cayéndote, pero en el peor de los casos quedaríamos inmovilizados por los espasmos musculares y sufriríamos quemaduras graves.

—Vamos, Nolan, ¡concéntrate! —gruñó Christian, y pude sentir el miedo en su voz—. ¡Si esto no funciona, estamos muertos!

Ahora mismo todo dependía de mí, y sentir toda esa presión solo me desconcentraba aún más.

Los rostros de la mujer y la hija de Christian me vinieron a la cabeza cuando me enseñó una foto de ellas, como si mi mente tratara de decirme que tal vez estábamos a tiempo de dar marcha atrás, de no empeorar más las cosas. Pero, entonces, otro rostro apareció en mi mente. Y fue como si el aire a mi alrededor cambiara. La valla tembló ligeramente ante un impulso invisible. Noté un cosquilleo recorrer mi cuerpo hasta concentrarse en mi palma.

—¡Está pasando! —exclamó Christian.

Me aferré a esa sensación, a ese extraño sentimiento que me impulsaba desde que pensé en ella, y lo dejé crecer dentro de mí. Fue como si toda esa rabia reprimida explotara. Las líneas de acero vibraron más fuerte ahora, como si respondieran a algo que no podía comprender del todo.

Christian tenía razón.

No había una emoción más fuerte que la ira.

—¡Eso es, sigue!

Las líneas de la reja comenzaron a temblar de manera más visible. De alguna forma, la energía de la valla empezó a disiparse, el zumbido eléctrico se hizo más bajo, casi imperceptible. Hasta que desapareció por completo.

Ahora solo era una simple valla lo que nos separaba del otro lado. De la libertad.

Levanté la mano con cautela, mi corazón martilleando en mi pecho. Necesitaba creer que realmente lo había hecho, que la electricidad ya no circulaba por la valla. Si estaba equivocado, si no había funcionado, un solo toque podría acabar con todo.

Mis dedos se aproximaron lentamente a la valla, haciendo contacto con las frías barras de acero. Porque eso es lo que sentí; frío. No el calor abrasador de la electricidad, sino el frío del acero. Contuve la respiración, esperando el impacto, el dolor, algo... Pero nada de eso sucedió. La valla estaba completamente fría, inerte.

Apreté la barra con más fuerza, para asegurarme de que no era solo mi imaginación.

—Está... está apagada —susurré, casi sin creerlo.

Me quedé ahí, jadeando, tratando de comprender lo que acababa de hacer, cómo había sido capaz de controlar algo tan peligroso como lo era la electricidad.

Christian me agarró del hombro y me sacudió, sacándome de mi asombro.

—¡Vamos! ¡Hay que subir!

Justo en ese momento un fuerte sonido metálico retumbó en el aire. Ambos nos giramos y vimos cómo se abrían ambas puertas de golpe, liberando a los guardias. El barrote que habíamos colocado se había doblado completamente y ahora estaba en el suelo.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora