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Dos días antes...


BETH

—¿Que hiciste qué? —pregunté, despacio.

—Lancé fuegos artificiales justo cuando iban a besarse —repitió Steve orgulloso, como un niño que le hace saber a sus padres que ha terminado todas sus tareas.

—No, lo otro.

—Oh, le eché cincuenta gramos de diazepam a la botella de vino —dijo, cogiendo una de las patatas que había en el bol para metérsela en la boca.

Amelia y Nils se miraron a la vez, alarmados.

—¡¿Se te ha ido la puta cabeza?! —le grité, pero él estaba insoportablemente tranquilo. Parecía que lo único que le importaba era saciar el hambre.

Estábamos cenando en el comedor de mi casa. No tenía planeado que Steve se uniera a nosotros, pero se presentó sin avisar, y no tuve más remedio que aceptarlo después de que me chantajeara con nueva información sobre Jules y ese misterioso chico.

—Me dijiste que hiciera lo posible para arruinar esa cita.

—¡Sí, pero no que la drogaras! ¡Podía haberle dado un coma etílico!

—Solo pretendía que uno de los dos se quedara dormido en plena cita —contestó, y tras unos segundos en los que solo se escuchó el ruidito que hacía al masticar, añadió—: ¿Sabes lo lamentable que hubiese sido eso? ¿Quién querría volver a quedar con alguien que se queda frito en mitad de la cita? Porque yo desde luego que no.

—¿Tú tienes citas? —dijo Amelia, bastante sorprendida.

—Me ofende la pregunta.

Puse los ojos en blanco.

—Volvamos al tema de antes, por favor —les pedí, pues me importaba bien poco la vida sentimental de Steve.

—Esperaba que fuera él quien se quedara dormido, pero... ¿qué iba a saber yo que a Jules le fascinaba tanto el vino? Parecía un pozo sin fondo.

Cerré los ojos y me froté el puente de la nariz, reuniendo toda la paciencia que podía con ese chico.

—Lo de los fuegos artificiales estuvo bastante bien —admitió Nils—. ¿De dónde los sacaste?

—Mientras los espiaba desde el bosque, vi a un tipo junto a una caja llena de fuegos artificiales —explicó—. La curiosidad pudo conmigo, y tuve que acercarme a él para preguntarle qué estaba haciendo allí.

—Típico de ti —murmuré.

—Me dijo que había sido contratado por un chico para que lanzara fuegos artificiales justo antes de besar a su cita. No me costó mucho adivinar que la cita de la que hablaba era la de Jules, porque no quitaba los ojos del barco en el que estaban.

—¿Tuvieron la cita en un barco? Qué romántico —opinó Amelia, sentada a mi lado.

Nils y yo la fulminamos con la mirada.

—¿Qué? Al menos el chico se lo curra.

Iba a vomitar los macarrones que estábamos cenando.

—Me pareció la oportunidad perfecta para arruinar ese bonito momento —continuó Steve—. Le pedí que me prestara algunos fuegos artificiales, pero el tipo se negó.

—¿Y qué hiciste entonces? —preguntó la pelirroja.

—Pues lo que me aconsejaste; actuar siempre por la fuerza —respondió, encogiendo sus hombros. Amelia sonrió, orgullosa de que hubiese seguido el consejo que solía darle a todo el mundo sobre la vida—. El hombre trató de impedírmelo, y terminamos en un tira y afloja. Obviamente gané yo, y salí corriendo con ellos. Me escondí detrás de un árbol, esperando, y cuando vi que se acercaban mucho, los lancé. Mi plan maestro funcionó a la perfección.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora