Capítulo 7 | Navajas Plateadas

5.5K 338 146
                                    

Chiara Oliver

Caminamos por las instalaciones del hotel con tranquilidad, exprimiendo al máximo cada segundo que nos envuelve. La noche permanece en silencio, puede llegar a parecer que nos hemos quedado solas en el mundo, que ningún alma se atreve a corromper nuestra paz.

Paso la tarjeta por el lector y sostengo la puerta, haciendo un movimiento con la cabeza para que ella pase primero. Me mira y me sonríe tímidamente antes de agachar la cabeza y entrar en la estancia. Lo primero que hago es quitarme la tortura que adornaba mis pies, y la sigo hasta la cocina, donde se sirve un vaso de agua.

- ¿Quieres tomar algo?- Me pregunta antes de dar un sorbo a su vaso

- No, gracias. Voy a aprovechar para ducharme

- Vale. Avísame cuando termines por fa, yo también voy a ducharme

- Vale- Sin más dilación, subí hasta la segunda planta, cogí mis cosas de higiene y me encerré en el baño.

El agua caliente acaricia mi piel, desenredando los nudos que mis músculos han elaborado durante el día. Suelto un suspiro al encontrar un momento para relajarme, sin la necesidad de estar en alerta. Siempre se dice que las duchas están para pensar, para tomar decisiones importantes o para reflexionar en el futuro. Pero yo llevo así durante días, milimetrando cada paso que doy y estudiando con minucia mi próximo movimiento. Necesito olvidar, aunque sea por unos minutos, que Violeta está en el piso de abajo. Espera, ¿he dicho su nombre?

Termino de ducharme mientras mi cerebro huye de todo lo relacionado con esta situación. En lo que a mí respecta, estoy en el baño de mi casa, cepillándome el pelo mojado con mimo, después de haberme puesto mi pijama de raya diplomática favorito. No hay nadie más conmigo en ese momento, o eso le hago creer a mi mente.

Por mucho que quiera alargar este estado de relajación, es hora de desocupar el baño para que mi acompañante pueda usarlo. Recojo todas mis pertenencias y bajo de nuevo. La imagen que encuentro me transmite tanta paz que podría acostumbrarme a ella. Violeta, sentada en una esquina del sofá con los pies sobre este, leyendo un libro cuya portada no alcanzo a ver porque se encuentra apoyada sobre sus muslos. Ha encendido la pequeña lamparita que se encuentra a su lado y la luz que esta emana le brinda una calidez a su rostro que parece que ha sido delineado por un pintor al óleo. Tiene apoyada la cabeza sobre su puño y la mirada perdida entre los párrafos de la obra. Sigue vestida con la ropa de la cena pero podría estar tapada hasta la cabeza con la manta más fea que encontrara que para mí seguiría siendo la mujer más hermosa que mis ojos han podido apreciar.   

- Ya terminé- Al levantar la cabeza para mirarme, le dediqué una sonrisa tímida. Me sentía como una niña pequeña con el pelo mojado, las gafas enormes y el pijama a rayas- ¿He tardado mucho?

- No, no te preocupes. Ya sabes, siempre es un buen momento para leer- Dijo con una sonrisa inocente señalando el objeto entre sus manos

- ¿Qué libro es?- Mi curiosidad entró en escena mientras ella se levantaba del sofá, acercándose a mí

- El viaje de Federico

- Veo que te sigue gustando Lorca

- A estas alturas, creo que nunca dejará de hacerlo. No es un poemario realmente, es una historia sobre qué pasaría si los personajes femeninos de su obra cobraran vida

- Suena interesante. Te lo pediré prestado

- ¿Desde cuándo te gusta a ti Lorca? Si siempre decías que preferías una buena novela sin tanta metáfora de por medio- Contestó con gracia

- Bueno, es que tuve una buena profesora que me enseñó a apreciar sus poemas- Las tardes enteras en su casa, dónde se empeñaba en explicarme verso a verso qué quería decir Federico con sus palabras. No es que no entendiera al granadino, es que yo era incapaz de prestarle atención a otra cosa que no fueran sus ojos que imitan al café o sus labios que te besan con solo pronunciar tu nombre.

Dama de Honor | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora