Capítulo 3 | ¿A dónde han ido?

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Chiara Oliver
No sé cuánto tiempo llevo de espaldas a ella. Segundos, minutos... Incluso llego a pensar que esa voz ha sido producto de mi imaginación, que sigo sola en esta habitación. Sé que debo darme la vuelta pero mis piernas se han convertido en fuertes columnas jónicas que ni el mejor de los arquitectos griegos se atrevió jamás a construir. Ella ha tenido que notar mi indecisión por lo que continúa hablando.

- Me alegra mucho que hayas venido - Eso que oigo en su voz es... ¿nerviosismo? Está nerviosa, casi indefensa. Su voz es cauta como si quisiera cuidar cada palabra que sale de sus labios para no alterarme. Además, pude sentir su sorpresa en el saludo previo. Está sorprendida de que haya decidido venir, y siendo sincera, hasta yo lo estoy.

Decido poner fin a esta tortura y me giro para verla. La imagen que tengo frente a mí me deja de piedra. Con 18 años, realmente pensaba que no podía ser más guapa. Otra cosa en la que me equivocaba. Tenía el pelo más largo pero conservaba su característico pelirrojo. Su rostro tenía las facciones más marcadas, más rudas, y el abdomen tonificado que dejaba ver su top veraniego demostraba que ahora hacía ejercicio. Su piel estaba tostada. Cuando empezaban a salir los primeros rayos de sol del verano, se tiraba en la hamaca durante horas, parecía un lagarto, y veo que eso no ha cambiado.

Pero que conste que solo estoy siendo objetiva, que ella era la persona más guapa que había visto no era un secreto para nadie.

Tenía las manos entrelazadas mientras jugaba con un anillo. Con el anillo. 

Sus ojos, esos ojos que siempre fueron un faro en medio de mi desastre, me recorrían el cuerpo lentamente. Una parte de mí me decía que le estaba gustando lo que veía, pero mi parte racional se empeñó en hacerme ver que solo estaba sorprendida de volver a verme.

- Hola, Violeta - ¡Congratulations, Chiara! ¡Sabes hablar! Soy imbécil

- ¿Has tenido un buen viaje? - ¿En serio? ¿Así vamos a empezar? Dio un paso hacia mí, y como no podía retroceder más, me acabé sentando en la cama. Claramente, ella se sentó a mi lado

- Sí. Bueno ya estaba en la isla, solo tuve que soportar a Martin como conductor- ¿Por qué estoy siendo amable? ¿Por qué le estoy sacando conversación? Ella soltó una pequeña risa nerviosa

- Adoro a Martin pero cuando conduce puede ser un poco...- Dejó la frase en el aire

- ¿Pesado con sus canciones indie que no conocen ni las que las produjeron? Sí, puede serlo - Las dos empezamos a reír. Hasta que las risas cesaron y dieron lugar a eso que tanto miedo me daba: los silencios incómodos. Pero realmente no sabía qué decir. ¿Le propongo hablar las cosas así de sopetón, sin anestesia, nada más llegar? ¿Finjo que está todo genial y le pregunto de qué color quiere que sea mi vestido para la boda? Antes de poder decidir, ella habló primero

- Muchas gracias por venir. Estaba casi convencida de que no lo harías - No me miraba. Esas avellanas dulces no se posaban en mi bosque sereno. Solo era capaz de mirar el dichoso anillo

- No hace falta que te diga que no fue una decisión fácil. Estuve a punto de no venir - Se limitó a asentir - Pero se lo prometí a mi Vivi, y no puedo fallarle - Rápidamente, levantó la cabeza y conectamos miradas. Su boca estaba entreabierta, sorprendida por mi confesión. Incluso yo lo estaba, pero mis labios dibujaron una tímida sonrisa. Fue una frase tan genuina que ni siquiera pensé si era lo correcto, si merecía escuchar ese apodo de nuevo de mi boca, mas esto no era nada nuevo. No era la primera vez que decía las cosas que sentía sin tener filtro. Con ella me era imposible.

Sus ojos estaban cristalinos. En ese desierto solitario se acumulaban lágrimas y yo no podía permitirlo, así que me puse en pie de un salto dando una palmada, cortando la intensidad que acarreaba el momento.

Dama de Honor | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora