Violeta Hódar
El sol me está dando los buenos días con sumo cuidado, despertándome poco a poco con caricias regaladas por sus rayos, que bañan mi figura de forma natural. Trato de abrir bien los ojos, pero la hinchazón de estos me lo impide. Es algo que esperaba, estar llorando sin control durante el día para después seguir sollozando en la oscuridad de la noche conlleva este tipo de consecuencias físicas a las que estoy más que acostumbrada. Por eso mi cuerpo se levanta de forma automática y me dirijo al baño. Antes de poder mirarme en el espejo, lleno de agua fría mis manos para llevármelas al rostro, empapando mi piel del líquido helado que me ayudará a disminuir el dolor de mis ojos, de mis labios, pero no de mi corazón.
Me incorporo para, ahora sí, ver mi figura en el reflejo. Pelo despeinado por completo, medias lunas enormes bajo mis ojos, labios agrietados como si fueran jarrones fracturados, mirada vacía, carente de cualquier tipo de emoción. Hoy es el día de mi boda y el de mi sentencia.
Vuelvo al dormitorio para mirar la hora en mi móvil, según la cual me queda una media hora para vestirme, maquillar cualquier ápice de pena que refleje mi rostro, y recibir a mi familia con jolgorio y alegría. No me demoro en quitarme el pijama que llevo puesto para ponerme ropa cómoda que no tardaré en cambiar por un vestido de novia. Mi vestido de novia.
No soy capaz de bajar a la primera planta, donde una pelinegra de ojos verdes a la que llamo dama de honor me está esperando. Ella misma lo dijo ayer, hay cosas que nunca cambian y yo sigo siendo una cobarde. Por lo que me arreglo con esmero aprovechando que todas mis cosas están en la habitación. Y de pronto, oigo una voz que llevo escuchando desde antes de nacer.
- ¡Chiara! ¡Hija! Que alegría verte- Mi madre ya ha llegado y debe de estar apretujando a Kiki en un abrazo sin fin. Debería ir a rescatarla
Llego a la planta baja, asomando la cabeza al recibidor, y la imagen que me encuentro no me sorprende en absoluto. Susana Feixas abrazando a la joven Oliver entre sus brazos, con los ojos cerrados, recreándose en el reencuentro con la que alguna vez fue parte de su familia.
- ¡Qué guapa estás!- Exclama una vez que se separa, acariciándole las facciones con cariño
- Tú sí que estás guapa, Susi. Los años no pasan por ti, eh- Responde la británica con la dulzura que la caracteriza
- Son tus ojos, Kiki- Responde aún emocionada por ver a la chica que un día tuvo 18 años. Mi madre aparta la vista un segundo y conecta su mirada con la mía, inclinando levemente la cabeza
- Mi niña- Se separa de la inglesa para venir hacia mí, abriendo sus brazos y cobijándome entre ellos. Yo cierro los ojos al sentir que mamá me protege
- Hola, mamá- La saludo emocionada, concentrándome en su abrazo
- ¡Hoy es el gran día!- Exclama emocionada, separándose de mí, mientras otras dos personas entran en la cabaña
- Mamá, ¿desde cuándo caminas tan rápido?
- Ay, Tana. Es que estoy nerviosa- Confiesa mi madre mientras mi hermana saluda a Kiki con un abrazo y un beso en la mejilla. Cayetana entró seguida de Almudena, la cuál me miró con una expresión de temor en los ojos. Yo me separé del yugo de mi madre para alcanzarla en el abrazo que tanto necesitaba ayer
- Tenía que hacerlo- Me susurró en el oído, siendo nosotras las únicas partícipes de ese secreto
- Tranquila- La calmo acariciando su espalda en el abrazo y me dirijo a Tana, quien me saluda emocionada por mi inminente paso por el altar
- Hemos traído el desayuno- Mi hermana pequeña levanta una bolsa en la que no había reparado- Conociéndoos os habéis pasado la mañana durmiendo- Finalizó entrecerrando los ojos
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Dama de Honor | Kivi
Hayran KurguTenía la vida de ensueño. Lujos, caprichos por doquier, y podía decir que todo se lo había dado el amor de su vida: la música. Pero, tras recibir una invitación inesperada, sus miedos más profundos volverán a salir a la luz como si nunca se hubiesen...